DIOS VIVE EN LA CIUDAD

DIOS VIVE EN LA CIUDAD
DIOS VIVE EN LA CIUDAD

martes, 11 de septiembre de 2012

APROXIMACIÓN AL SUJETO URBANO, INTERLOCUTOR DE LA ACCIÓN PASTORAL



Jaime Alberto Mancera Casas
Licenciado en Teología Pastoral
Universidad Pontificia de México


Uno de los desafíos en la construcción de una pastoral auténticamente urbana está en la identificación del sujeto interlocutor de nuestra labor evangelizadora. Antes de la pregunta por los contenidos de la evangelización en la ciudad, debemos hacer la pregunta por el sujeto urbano con quien se realiza el diálogo de inculturación. ¿Cómo es ese sujeto?, ¿qué lo caracteriza?, ¿en medio de qué dinámicas se socializa y desenvuelve?,¿qué importancia le da a su experiencia religiosa?
Sin pretender hacer una teoría antropológica sobre los ciudadanos, la siguiente reflexión busca presentar los rasgos del sujeto urbano que son más pertinentes a la hora de pensar y desarrollar las acciones evangelizadoras; aquellas características que confrontan la actividad pastoral actual y que nos invitan a un verdadero ejercicio de discernimiento evangélico para buscar la renovación de nuestra presencia y acciones eclesiales en la ciudad.
¿Cuál es, entonces, el perfil del sujeto que está a la base de la ciudad tal como se configura hoy? Se pueden clasificar los distintos rasgos en tres grupos: los que manifiestan al sujeto en su carácter profundamente relacional, los que manifiestan al sujeto en su desenvolvimiento dentro del ambiente que genera la ciudad, y los que identifican al sujeto como protagonista de la realidad social.

1. UN SUJETO EN RELACIÓN URBANA
El sujeto que configura la ciudad y que a la vez es configurado por ella, se caracteriza por la relación típicamente urbana que establece consigo mismo, con los otros, con la naturaleza, con el espacio y el tiempo y con Dios. Varios de los rasgos de estas relaciones son:

a. Relación consigo mismo:
El sujeto dentro de la cultura urbano-industrial, moderna y posmoderna, ocupa el centro de atención. El individuo concreto se ha convertido en el horizonte de comprensión de toda la vida, en contraposición a visiones externas, metafísicas, colectivistas etc. Este hecho encierra elementos tanto positivos, como negativos. Positivos: la emancipación de la persona, de su libertad, de su decisionalidad; la valoración de su dignidad, de su participación, de su experiencia, de su individualidad.[1] El individuo es llamado a asumir su propio destino, construirlo en libertad y con originalidad, apartándose de tendencias masificantes. Negativos: simultáneamente, al no tender hacia una visión más social e integral del individuo, la identidad se fragmenta, perdiendo el significado de la propia vida. Como huida a la soledad y al vacío interior, se busca el bienestar, y se cae presa de los mercados físicos y simbólicos de la sociedad consumista. La política y la economía, así como sus instituciones, giran en torno al bienestar del sujeto.
Esta visión del sujeto urbano moderno, ha asumido nuevas características, dada la transición hacia la llamada posmodernidad. [2] Se ha hecho más escéptico frente a su futuro, referido simultáneamente a una dimensión global y a una local, y cuyo criterio sigue siendo la satisfacción de las necesidades personales inmediatas.

b. Relación con los otros:
Las relaciones humanas son esenciales a la ciudad; ella las genera y dan sentido a toda su dinámica interior. Pero, a lo largo de la historia, los conflictos políticos, económicos o religiosos han generado una permanente transformación de dichas relaciones en la ciudad. Actualmente se habla de una primacía de relaciones funcionales y secundarias, sobre las interpersonales y primarias, dando lugar a una paradójica despersonalización de las relaciones. Existe una mayor cercanía física entre las personas, pero a nivel relacional hay aislamiento, soledad y segregación.
El mismo proceso de socialización, por el cual los individuos se integran a la vida social, es realizado cada vez más por instancias secundarias (es decir, de libre elección de los individuos) y pierden importancia los anteriores agentes primarios de socialización: familia, iglesia, estado y escuela.[3] Las mismas relaciones familiares se ven afectadas por la falta de tiempo y por la diversificación de contactos que se entablan en la urbe.

c. Relaciones con la naturaleza:
La naturaleza guarda un sentido sagrado para el hombre del campo; mientras que la ciudad crea una ruptura en la relación con la naturaleza, la cual sólo pasa a ser objeto de análisis a través de conceptos y leyes científicas, y materia prima para las obras del hombre. La ciudad conduce a tomar conciencia del poder del hombre sobre la naturaleza, a la cual se estaba antes sometido. El mundo urbano se convierte en una segunda naturaleza creada, planeada, organizada y controlada por el hombre. El espacio artificial urbano reemplaza el contacto directo con lo natural.
Con la mentalidad posmoderna, ha surgido una preocupación ecológica, no sólo como cuidado de los recursos naturales, sino como una nueva relación con el cosmos, al que se pertenece, pues el universo, como un proceso único, une a todos en estrechas relaciones, de tal manera que el uso dominador de la razón instrumental sobre la naturaleza afecta a la totalidad de los seres humanos.[4]

d. Relación con el tiempo y con el espacio:
La diversificación de actividades y funciones, junto a los permanentes desplazamientos que esto genera, crea en el sujeto una situación y una sensación permanente de falta de tiempo, que se convierte en criterio a la hora de establecer prioridades en el desarrollo de la vida personal; no hay lugar para un tiempo sagrado y lo religioso se desplaza para la última instancia, pues el desgaste que supone el trabajo y los recorridos constantes llevan a buscar con prioridad el descanso y la recreación. Frente a una visión cíclica y lenta del tiempo que se tiene en el campo, se antepone una visión lineal que minimiza el pasado y privilegia, cada vez más, el futuro que está llegando; la novedad es la clave de la dimensión histórica. Pero, simultáneamente, se constata que a partir de la crítica posmoderna y el desencanto frente a las utopías de un desarrollo ilimitado, el futuro se hace menos previsible para otros, quienes terminan absolutizando el presente. De esta manera, unos buscan el retorno a las tradiciones del pasado, otros asumen racionalidades organizadoras del futuro, otros viven en un presente carente de sentido; todos en busca de alguna seguridad. El tiempo libre generado por el avance en las comunicaciones y el desarrollo de la técnica, así como la expansión de posibilidades de recreación, es manipulado por el sistema dominante, que lo ha convertido en medio de consumo y en referente de clase social.[5]
Por otra parte, en la cultura agraria se tenía una visión sacralizada del espacio, mientras que en la ciudad, el espacio es determinado por el hombre y por la máquina. El espacio ya no representa las raíces, pues cambia al reformar las construcciones y está puesto al servicio de lo nuevo. El espacio social es abierto, anónimo y universalista. “El mundo urbano moderno fragmenta el espacio cambiando su importancia geofísica por los intereses, por la diversidad cultural y por la cualidad extremadamente móvil, flexible y plural de cada parcela espacial.”[6] La cultura posmoderna hace que el espacio se haga cada vez más virtual y universal, gracias a los medios de comunicación social creando la sensación de estar viviendo en una “aldea planetaria”.

e. Relación con Dios[7]:
Las transiciones culturales urbanas que se están viviendo, antes que acabar con la dimensión religiosa, como lo afirmaron los teóricos de la secularización, han generado un pluralismo religioso, una multiplicidad de experiencias, creencias y prácticas religiosas, que coexisten y ejercen una influencia sobre los demás ámbitos de la vida.[8]
Subsiste en las ciudades, sobretodo en los que van llegando, una religiosidad agraria ligada a la naturaleza, festiva y providencialista. Con el paso del tiempo, y la inserción en el mundo urbano, se pierde el sentido del mundo como “creación”, el hombre substituye a Dios en cuanto creador y por la fuerza del individualismo, la dimensión social y pública de la religiosidad se va perdiendo, hasta llegarse a una privatización de la religión, puesto que pasa a entenderse como una elección personal de creencias, no necesariamente vinculadas a organizaciones o tradiciones, y más bien conformadas por los fragmentos más llamativos de las diversas religiones; se habla entonces de una “religión invisible”.[9] Sobre la institución religiosa se antepone la experiencia religiosa individual, difusa, no del todo articulada con la vida, ni con las tradiciones de los mayores. El proceso de transmisión de la fe de los padres hacia los hijos dejó de funcionar en las ciudades.[10] La religión que antes se vivía mediatizada por factores biológico-naturales, ahora en la ciudad está mediada por factores socio-culturales; se habla, entonces, de un “camuflaje” de lo sagrado al transferir a las realidades urbanas estructuras propias del mundo religioso (p.e.: el centro comercial camufla al templo como lugar de seguridad, el encuentro en la zona rosa camufla la búsqueda de relaciones alternativas que ofrecía la parroquia; los parques de diversión camuflan la búsqueda de experiencias más allá de la vida cotidiana, que antes ofrecían la fiesta religiosa y los ritos litúrgicos; las luces, compras y fiestas de diciembre camuflan la celebración del misterio de la encarnación, etc. ), llenando las aspiraciones religiosas en un mar de realidades seculares.[11]
Junto a la religiosidad agraria y a la religión privatizada, y dentro de un contexto posindustrial o posmoderno, se revitalizan en la ciudad diversas formas de religiosidad, de manera no convencional, casi anti-institucional en algunos casos, y paralela en otros; que expresan su rechazo a la racionalidad moderna y el deseo de un acceso a los poderes divinos y a su protección, a través de rituales exuberantes, expresivos, y cargados de símbolos, o sencillamente buscan un estado de armonía y gozo, como el fenómeno de la «nueva era».
Dentro de esta revitalización de la experiencia religiosa se destaca la llamada religiosidad popular[12] o religiosidad de masas, como una característica fundamental de la identidad cultural de las ciudades latinoamericanas. No es una realidad homogénea, sino que encierra a su vez una multiplicidad de expresiones religiosas (p.e. pentecostalismo, catolicismo popular, sectas evangélicas etc.), las cuales corresponden a las mayorías populares que viven en las periferias y suburbios de las grandes metrópolis. En el caso del catolicismo popular, se manifiesta sobretodo en las peregrinaciones a santuarios, en los ritos de paso que acompañan la vida, normalmente paralelos o al margen de las prácticas sacramentales. Con frecuencia el recurso mágico-religioso a los santos o a los espíritus compensa o sustituye simbólicamente lo que la organización social no aporta o niega (p.e. atención en salud, los recursos para satisfacer las necesidades básicas, etc.); además, busca manipular el mundo y reducir considerablemente la amenaza del sin sentido: “La religiosidad de las masas en la ciudad se transforma en una especie de ‘estrategia simbólica de sobrevivencia’, que contribuye a la reproducción del sentido de la vida, re-instaurando, por medio del cosmos sagrado, protector y favorable (cf. Berger, 1972), el “nomos” que aparta toda inseguridad y toda amenaza que intente destruir el universo simbólico y la propia vida en de las clases marginadas, en su lucha por la sobrevivencia.”[13] Pero no se trata sólo de una religiosidad pragmática, puesto que también concede un significado superior a la vida, que dignifica a la persona.
Las expresiones simbólicas de esta religiosidad “revelan el alma popular, configuran valoraciones éticas y tienen resonancias sociopolíticas, lo que las convierte en una realidad condicionada y condicionante.”[14] Se convierten así en una clave hermenéutica de la cultura popular latinoamericana, por su fuerza integradora, capaz de generar sentido de pertenencia y conciencia de identidad.

2. UN SUJETO EN TENSIÓN DENTRO DEL CONTEXTO URBANO
La ciudad no es simplemente la suma de individuos o de estructuras sociales, sino que se configura por la articulación e interacción de muchas coordenadas, dando lugar a un contexto urbano, ambiente o dinámica dentro del cual se desenvuelve la vida diaria. Los aspectos más relevantes de este contexto para nuestra intencionalidad evangelizadora, de acuerdo con la opinión de algunos pastoralistas son:




a. Tensión entre el sistema y el mundo vital, entre lo público y lo privado:
La vida de los ciudadanos se desenvuelve hoy en medio de la tensión constante entre lo público y lo privado, el sistema y el mundo vital, lo estructural y lo vivencial, lo global y lo local. En la cultura agraria los límites entre estas dimensiones de la vida estaban bien definidos, pero actualmente dichos límites se han perdido y se da una mutua intervención, generando un ambiente complejo en medio del cual los individuos deben construir y dar sentido a sus vidas.[15]
1.) El sistema - estructuras sociales objetivas – lo público: es la esfera de las macro-estructuras económicas, políticas, sociales, técnicas, que actúan de manera autoreferencial y cuyas actividades condicionan a los individuos. Dichas estructuras se reconocen de acuerdo con indicadores propios que permiten tener una visión del sistema dentro del cual se desenvuelven los ciudadanos[16]; estructuras que viven en permanente alteración y diversificación.
Algunos rasgos que caracterizan el sistema urbano latinoamericano actual, mencionados en los análisis de los teólogos, son:
+ El neoliberalismo, como ideología dominante del sistema, ha conducido a la concentración de capitales en ciertos sectores sociales, en detrimento de otros, generando el empobrecimiento de muchos, la falta de un desarrollo humano y social más democratizado, y por tanto dinámicas de exclusión a nivel del trabajo, de la vivienda, de la educación, de la cultura, del comercio, de los bienes y servicios; se ha desarrollado un círculo vicioso de injusticias y violencia que se teje sobretodo en los contextos de la periferia urbana, sin un mayor compromiso de justicia social por parte del estado y de los demás ciudadanos, y que se complica cuando los centros de decisión se han desplazado a otros contextos, por causa de la globalización de la economía. La falta de inversión económica y social en el campo ha llevado a la migración forzosa hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades de trabajo; pero la mayoría de los migrantes o desplazados, al no ser incluídos en los sistemas productivos, terminan en situaciones infrahumanas en las periferias.[17]
Detrás de estas situaciones sociales hay también un contexto de desarraigo cultural, ante la imposición de formas de pensar, actuar, sentir y expresarse, por parte de quienes controlan los medios masivos de comunicación y los ponen al servicio de intereses particulares.
+ En la vida pública de la ciudad han surgido nuevos actores sociales que hacen parte de las dinámicas urbanas. Actores o sujetos que desarrollan una presencia y un papel activo en la construcción de la ciudad o que reclaman precisamente sus derechos en esa gestión. Trabajadores, desempleados, asociaciones civiles, empresarios, comerciantes, industriales, afroamericanos, étnias indígenas, mujeres, jóvenes, niños de la calle, prostitutas, organizaciones no gubernamentales (ongs) etc. tienen una presencia que día a día va influyendo más en la configuración de las ciudades latinoamericanas.[18]
+ Como ya se ha comentado, durante la década de los 60 se afirmó la desaparición de la religión ante el avance del secularismo. Sin embargo, en los siguientes años se ha tenido que reconocer su protagonismo social y político dentro de la sociedad, en diversos países y circunstancias. Esta presencia pública de las instituciones religiosas hoy está marcada por una polarización de tendencias: una neoconservadora, reivindicando la unidad religiosa de la sociedad, y otra progresista, aceptando la pluralidad e inclinándose por un macro-ecumenismo en el servicio a la sociedad.[19]
2..) El mundo vital – vida cotidiana – lo privado: es la esfera de la experiencia subjetiva de los ciudadanos, quienes al trabajar, establecer relaciones, sufrir, gozar, en medio del sistema, van dando un sentido a sus vidas. En la evolución de los análisis sobre la ciudad se ha reconocido al ciudadano inmerso dentro de una cultura, no como un sujeto pasivo ante las estructuras y sus ideologías, sino como un sujeto que afronta, padece, re-elabora, y asume desde su propia situación dichas estructuras, llegando a influir sobre ellas.
La vida cotidiana, sus ritmos, sus dinámicas subjetivas, sus ritos y símbolos, adquiere entonces un valor fundamental para el análisis de la ciudad, puesto que permite reconocer las redes que se tejen, paralelas a las estructuras y que junto con ellas, conforman el entramado de la ciudad. Este reconocimiento no se hace sin referencia a una crítica del sistema, pues puede terminar encubriendo el orden subyacente y objetivo dictado por los intereses económicos y políticos que apoyan una cultura fragmentada.
Al mirar la ciudad desde la óptica de los ciudadanos, se puede reconocer la vida urbana como un drama, en el que ilusiones, anhelos y aspiraciones se ven frustrados o cumplidos con gran esfuerzo. El deseo de lograr mejores niveles de vida, adquirir una mejor educación, disfrutar y admirar la fascinación de la ciudad, arrastra a los hombres del campo hacia la ciudad, introduciéndolos en un contexto que no se entiende y que se experimenta como caos. De ahí la necesidad de encontrar espacios o momentos donde se pueda transformar ese caos en cosmos: se amplía el concepto de vida familiar, se multiplican los compadrazgos, las fiestas, se generan modos alternativos de subsistencia económica (prestamistas, casas de empeño, economía informal etc.), se “marcan” territorios generadores de identidad, la religiosidad popular adquiere una fuerza particular junto a elementos mágicos, se crean nuevas formas de juego y recreación.[20] La ciudad puede ser un caos o un cosmos para sus habitantes; su identidad vive en esa tensión, entre el sentido y el sin sentido: “En este momento, sintiendo la amenaza del caos, el ciudadano pide a la ciudad respuestas, sentidos; le pide que ella misma sea una respuesta a sus exigencias de sentido. Las cosas de la ciudad tienen sentido y por tanto dan respuesta a la ansiedad del ciudadano si sirven para que él se realice más plenamente como hombre.”[21]
La ciudad vivida por sus habitantes, también está marcada por una permanente absolutización de las individualidades, al margen de una dimensión social de la existencia. La experiencia individual se pone como criterio exclusivo de las verdades y de las decisiones, al margen de las realidades sociales, creando una ética del instante, de la urgencia y del bienestar personal. Este individualismo también es causa de exclusión y de la falta de solidaridad para con los más pobres y marginados, pues aparta a las personas de todo compromiso real con los otros, de todo punto de referencia absoluto, remitiéndose únicamente a sí mismos como instancia última.[22]
Por tanto, el habitante de la ciudad desarrolla su existencia inmerso en estas dos esferas: condicionado por el sistema y las estructuras sociales, pero a la vez, en una re-elaboración y re-apropiación de la ciudad desde su experiencia vital cotidiana, que también llega a condicionar el sistema. Existe una ciudad planeada y simultáneamente una ciudad vivida. Unos de los retos actuales está precisamente en superar la dicotomía que hay entre estos dos ámbitos, buscando que el sistema tenga como punto de referencia las necesidades y finalidades de los individuos y adquiera un sentido más humano; y que a la vez los individuos asuman sus responsabilidades frente a la ciudad. Reto que plantea también a la Iglesia y a todos sus miembros.[23]

b. Pluralismo, heterogeneidad, multiculturalidad, multiplicidad:
El pluralismo[24] es un elemento primordial de la ciudad. En ella no se encuentra una única forma o modo de ver la vida y de juzgar el valor de los acontecimientos, pues conviven diversas concepciones y criterios en torno a las mismas realidades. Ya no hay una sola mentalidad o patrón de costumbres desde los cuales se interprete todo, como se hacía en los pueblos. La ciudad presenta variedad de experiencias, nuevos paradigmas, en todas las áreas de la vida.
Pero, “el pluralismo de modos de vivir y pensar, al mismo tiempo que libera a las personas de rígidos cánones, las desorienta por la pérdida de referencias fundamentales y de relaciones primarias que la ciudad menor tenía, generando fragmentación de la vida y de la cultura.”[25]
La heterogeneidad[26]: “La ciudad no es una sociedad homogénea como la aldea; es esencialmente diversidad y heterogeneidad; idealmente es el encuentro de los valores humanos del universo. El humanismo urbano crece por el contacto de las diversidades. La ciudad es unidad de las variedades por la conciliación y la síntesis superior entre los antagonismos.”[27] También se puede “afirmar que la ciudad es cruelmente heterogénea. Puede guardar lo autóctono, lo raizal, como una huella ciertamente; o como una de sus curiosidades que puede ser mirada con simpatía y nostalgia. Pero su verdadera ley es ir superando e ir dejando atrás.”[28]
La multiculturalidad[29]: El momento presente camina a una revaloración de las culturas. En la ciudad no hay una cultura monolítica, uniforme, sino que hay una convivencia de muchas culturas y por tanto de expresiones culturales. Cada cultura exige respeto y participación en la organización social. Se habla entonces de las culturas indígenas, afro-americanas y mestizas; de la cultura de las mujeres, de los jóvenes; de la cultura de los distintos barrios etc.[30]
La multiplicidad[31]: La ciudad es definida como el lugar que “lo tiene todo”; cuanto mayor es la ciudad, mayor variedad de escuelas, de hospitales especializados, de campos de trabajo. La ciudad es una gran vitrina de oportunidades y concentra un enorme repertorio de posibilidades para la realización del hombre. Esta diversidad de ofertas se extiende al campo religioso, teniéndose un verdadero supermercado de religiones, cultos esotéricos, filosofías de la vida etc. Por eso, más que hablar de una indiferencia religiosa en la ciudad, hay que hablar de una “indiferenciación” religiosa.[32]
Todo este contexto de lo múltiple, lo diverso, lo plural, presiona a los habitantes hacia una cierta tolerancia, aprendiendo a convivir con las más diferentes posturas, favoreciendo el respeto de la subjetividad, pero impregnando la conciencia de un relativismo delante de los valores, las verdades y los comportamientos.[33]
c. Espacio de libertad y fragmentación:
La primera visión que se tiene sobre la ciudad resalta lo negativo, pero es un hecho que la estructura de la ciudad, su organización, su vida en general tiene aspectos que favorecen la libertad de los habitantes, en cuanto propicia un mejor ejercicio de la capacidad de autodeterminación, de toma de decisiones. Esa libertad está favorecida por distintos aspectos: Las múltiples ofertas y posibilidades a la hora de tomar decisiones; las posibilidades de escoger las personas para relacionarse; la posibilidad de confrontar ideas con otros; la disminución del control social y religioso; el acceso a mayor información; la mujer en la ciudad se reconoce más independiente; la ciudad se considera el espacio propio de los jóvenes; en la ciudad han surgido los movimientos que luchan por los derechos humanos y sociales.
Este aire de libertad genera por supuesto mucha frustración, al empezar a descubrirse que las posibilidades de elección están condicionadas por muchos aspectos, sobretodo por la condición socioeconómica. Pero ante la posibilidad de regresar la respuesta no siempre es positiva, porque se ha respirado ciertos aires que no se quieren perder. El sentido de identidad, de pertenencia entran en crisis, ante el cúmulo de posibilidades que no se quieren dejar.
La multiplicidad de culturas, pensamientos, informaciones y ofertas impide captar la realidad bajo una sola mirada para reconocer su unidad, generando una fragmentación de la identidad personal y cultural. Los ciudadanos participan, con un ritmo acelerado, de diferentes segmentos de la vida de la ciudad: estudio, transporte, recreación, trabajo, grupos de interés, etc. Lo cual produce experiencias múltiples, pero efímeras y fragmentadas. Esta experiencia de fragmentación crea un colapso a la hora del ejercicio de la libertad, de dar significado a las cosas y sobre todo a la hora de dar un sentido a la vida, desde la dimensión religiosa. [34]

d. La ciudad como red de relaciones y dependencias humanas
En una ciudad la especialización de funciones hace que se necesite de un ejército de trabajadores para poder tener cualquier cosa, aún un pedazo de pan. Hora tras hora dependemos de miles de personas. Todos dependen de todos. De ahí que con facilidad se generen conflictos, pero también la posibilidad y necesidad de formar una conciencia comunitaria.
Se necesita de una “ecología urbana”, de un equilibrio, de una preservación del medio ambiente necesario para que haya una calidad de vida (p.e. cuidado de las calles, las plazas, respeto con todo lo que sirve a la comunidad). Dañar lo que es de la comunidad es lesionar al hermano en sus derechos.
Esta dependencia, a pesar de ser fundamental, no es visible de forma inmediata. Ver esta relación exige una educación. El mismo trabajo es un servicio a la colectividad, sin olvidar sus propios conflictos.
La proximidad física o geográfica, sin embargo, ya no es el criterio de las relaciones. Hoy se escoge a las personas con las que se quiere entablar una relación, puesto que es imposible tener intimidad con toda la gente con la que compartimos el espacio. La territorialidad es hoy construida desde lo geográfico, pero también desde los intereses personales. Si no me gusta la parroquia busco otra. Surgen grupos según intereses, los cuales tienden a cerrarse o ser autosuficientes. El gran objetivo de los grupos se vuelve “pertenecer al grupo”, en vez de asumir, con la ayuda del grupo, los proyectos por la construcción de la sociedad.

e. La ciudad como centro y red de múltiples informaciones
Los habitantes de las ciudades son bombardeados por una cantidad enorme de informaciones, que no siempre consiguen asimilar, pero que sin duda modifica sus horizontes de comprensión. La carga de informaciones contribuye a formar un espíritu crítico y de controversia. La información contribuye a aumentar las diferencias entre generaciones y entre grupos. La multitud de comunicaciones y de experiencias a las que se tiene acceso en la ciudad, genera una especie de competencia por captar la atención de los ciudadanos. La ciudad es hoy una red de comunicaciones e informaciones, imposible de controlar, o de captar en su totalidad. Sólo podemos tener percepciones de fragmentos de esta red, de la cual sólo somos un nodo más.

f. La ciudad como lugar que «lo tiene todo»
Existe la idea de que en las ciudades se consigue todo; se pueden hacer todo tipo de compras, se va a estudiar en las mejores instituciones; están los hospitales especializados, las posibilidades de trabajo. La ciudades lo tienen todo para todos. Sin embargo, luego de un tiempo de estar en la ciudad se descubre que la posibilidad de acceder a todo no es tan cierta, pues los bienes y servicios no alcanzan para todos. De ahí que se hable de las dinámicas urbanas de exclusión y de inclusión.Además, muchos de esos bienes y servicios sirven como marcas de un status o prestigio social, particularmente fascinante para los jóvenes, que están en un proceso de autoafirmación y necesitan de esas señales para sentirse socialmente aprobados.
La tecnología que se halla en las ciudades da un rostro particular a la vida de los ciudadanos, pero no es directamente proporcional a la calidad de vida de los habitantes. Junto a los avances tecnológicos conviven circunstancias anti o infrahumanas que no permiten un auténtico desarrollo. Pero es un hecho que la tecnología le da un rostro a la ciudad.
La variedad se tiene también en el campo religioso: religiones, esoterismos, filosofías de la vida se ofrecen como en un mercado de la fe, para que los clientes escojan y hagan combinaciones según sus necesidades.
Las actividades lúdicas son la mayor oferta, puesto que se convierten en alternativa frente a la rutina y el ritmo pesado de la vida. Las prácticas religiosas entran necesariamente en competencia con esta oferta.
Hombres y mujeres conviven diariamente con ideas y modos de vivir diferentes, en una ciudad multicultural y perciben que hay muchas formas de hacer el bien, diferentes de las que se postulaban como las únicas. La multiplicidad urbana cuestiona los moralismos y los preconceptos. Muchos valores fundamentales y necesarios son relativizados. Pero también nuevas formas de pensar pueden surgir.

3. UN SUJETO CONSTRUIDO Y CONSTRUCTOR DE SU REALIDAD SOCIAL URBANA
En el desarrollo de las ciencias que investigan la ciudad, la pregunta por la identidad de la ciudad se ha ido transformando en otro cuestionamiento: ¿qué es ser urbano en nuestras sociedades urbanas? ¿qué significa ser ciudadano hoy?, ¿cómo se lleva a cabo este proceso? Se ha dado un desplazamiento de la visión geográfico-espacial, arquitectónica y organizativa de la ciudad hacia una comprensión más antropológica de la misma, entendiéndola como una red cargada de múltiples relaciones y significaciones en permanente construcción y expansión[35]:
«La ciudad es un fenómeno que se abre en muchas dimensiones y que actúa en múltiples interacciones tejidas por lo histórico- social. Es una “unidad” socio-espacial que sirve de soporte a la producción cultural, a la innovación social y a la actividad económica de la sociedad contemporánea. Debe ser pensada desde la perspectiva de la complejidad; es un tejido de significaciones heterogéneas inseparablemente asociadas y diferenciadas; presenta la paradoja de lo individual y lo múltiple en la confluencia de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen el universo de lo urbano, como creación.»[36]
La ciudad es entonces considerada, no como algo estático o como algo ya dado, sino como una realidad socio-cultural en permanente creación o construcción; en ella, lo físico produce efectos en las maneras de darle sentido a las cosas de la ciudad, lo objetivo sobre lo subjetivo, y a la vez, las representaciones que se hacen los sujetos sobre la urbe afectan y guían su uso social, su concepción espacial. Los ciudadanos dejan de ser vistos como simples objetos pasivos y empiezan a ser reconocidos como actores capaces de dar rostro concreto a al vida de la ciudad, en una interacción compleja de muchos factores.
«Tal como cualquier otro ser vivo produce su entorno, en el momento contemporáneo nosotros producimos la ciudad que, a su vez, nos produce para que la reproduzcamos, en un movimiento constante que, sin embargo, adquiere sentido creativo cuando con la imaginación (esto es, la psiquis, el lenguaje, la discusión, la participación) los humanos podemos revolucionarlo para producir una urbe diferente.»[37]

La ciudad vivida, interiorizada e imaginada por los ciudadanos adquiere entonces toda su importancia, pues se convierte en factor determinante del proceso de creación permanente de lo urbano, del rostro concreto de cada ciudad, que se parece a sus creadores, quienes a su vez son hechos por la ciudad. Lo subjetivo, lo simbólico, lo imaginario, adquiere un valor clave a la hora de comprender la complejidad de nuestras ciudades, pues aunque hay una interacción con lo objetivo, lo racional, lo visible y cuantificable, sin embargo la cultura colombiana, y en general latinoamericana, se define más por sus fantasías, sus simbólicas, e imaginarios sociales, capaces de dar un rostro concreto a nuestras ciudades, tal como lo analiza el antropólogo Armando Silva en toda sus investigaciones urbanas[38], o como lo expresa muy bien la narrativa colombiana, cargada de un realismo mágico.
Desde este paradigma de comprensión de la ciudad, se reconocen otras categorías significativas de carácter simbólico, no tenidas antes en cuenta, a la hora de comprender al sujeto urbano dentro de su contexto, pero que son pertinentes desde nuestra perspectiva evangelizadora. Particularmente nos fijaremos en los imaginarios sociales urbanos.

a. Los imaginarios sociales urbanos
Cuando se habla de los imaginarios sociales urbanos se hace referencia al proceso de construcción social de la realidad urbana, al cómo lo urbano de una ciudad se construye desde la planeación urbanista, pero sobretodo desde la vida de los mismos ciudadanos.
Junto a la realidad física y geográfica, es decir, a la ciudad objetiva, hay que reconocer la ciudad subjetiva, construida por mecanismos psicológicos y simbólicos interactivos, por los territorios virtuales que marcan los ciudadanos con sus usos, recorridos, evocaciones y sueños; por las rutinas y ritmos que establecen; por las redes de significación que se tejen. De ahí que se hable hoy de cómo múltiples ciudades existen simultáneamente en una: la ciudad planeada, la ciudad usada, la ciudad soñada; o la ciudad racionalizada, la ciudad vivida, la ciudad imaginada, etc.[39]
La ciudad aparece como una inmensa red simbólica originada en el deseo e imaginación de sus habitantes, quienes desde sus imaginarios urbanos se apropian de sus espacios, y junto con las realidades objetivas, le dan a la ciudad un estilo particular. Cada ciudad se parece a sus creadores y éstos a su vez son creados por su ciudad. Así lo expresan los antropólogos Néstor García Canclini y Armando Silva:
Ante todo, debemos pensar en la ciudad a la vez como lugar para habitar y para ser imaginado. Las ciudades se construyen con casas y parques, calles, autopistas y señales de tránsito. Pero las ciudades se configuran también con imágenes. Pueden ser las de los planos que las inventan y las ordenan. Pero también imaginan el sentido de la vida urbana las novelas, canciones, películas, los relatos de la prensa, la radio y televisión. La ciudad se vuelve densa al cargarse con fantasías heterogéneas. La urbe programada para funcionar, diseñada en cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales y colectivas.”[40]
La ciudad corresponde a una organización cultural de un espacio físico y social (…) Podemos decir que lo real de una ciudad no está sólo en su economía, su planificación física o sus conflictos sociales, sino también en las imágenes imaginadas construidas a partir de tales fenómenos y también las imaginaciones construidas por fuera de ellos, como ejercicio fabulatorio, en calidad de representación de sus espacios y de sus escrituras.[41]
La ciudad es entonces el resultado de muchos puntos de vista ciudadanos, el efecto de muchos deseos; de la ciudad vivida, interiorizada y proyectada por los grupos sociales que la habitan, la recorren e interactúan con ella. La ciudad es creación de los imaginarios urbanos de los ciudadanos, es decir, del conjunto de imágenes mentales y deseos de la colectividad, adquiridos a lo largo de su historia, que organizados por las mediaciones simbólicas (mitos, símbolos, ritos, creencias, mentalidades etc.), expresan una visión del mundo, unos valores, unos significados existenciales que posibilitan y condicionan la percepción e interpretación de la ciudad; la construcción de sus realidades sociales y sus modos de vivirlas y proponerlas; las instancias críticas y los proyectos de renovación y de futuro, que dan identidad a esa misma colectividad.[42] No existen reglas que definan cómo se da esta dinámica de construcción y re-construcción, puesto que responde más a conductas espontáneas que se asumen, definen y redefinen diariamente.
Se habla entonces de distintos tipos de imaginarios: de la familia, de la juventud, de la organización política, de la sexualidad, de la educación; imaginarios del espacio, como territorios, croquis, límites, rutas, centros y periferias; del tiempo, de la muerte, del amor; del miedo, de lo religioso; y se habla también de sus mediaciones, como por ejemplo: mitos y ritos urbanos, fábulas urbanas, geografía simbólica, emblemas y fantasmas urbanos.[43]
Reconocer los imaginarios urbanos de los habitantes de Bogotá, y particularmente de Engativá y Suba, nos permitirá comprender una de las matrices desde donde se está gestando la cultura de la ciudad, los criterios de juicio desde donde los habitantes entienden y juzgan su propia vida, la viven y la proyectan.
Armando Silva, en su estudios semióticos sobre la cultura bogotana (1989 y 1998) menciona los imaginarios referentes a la ciudad misma, a los ciudadanos, a las otras ciudades, los referentes a la historia de la ciudad, al carácter de los bogotanos, al número de ciudadanos, a las calles de la ciudad, al aseo, la recreación, el sentido cívico, la televisión etc.[44] Es todo un campo por explorar y aprender de las investigaciones que se están haciendo.

b. Los territorios urbanos
Uno de los efectos más interesantes de los imaginarios en la vida de la ciudad lo reconocemos en la manera como se le atribuye al espacio físico sentidos y valores más allá de su realidad, en lo que se ha llamado “territorializaciones y desterritorializaciones urbanas”.
El espacio físico, como primer referente de la ciudad, asume una nueva realidad cuando es “marcado” por los recorridos de los ciudadanos, quienes le atribuyen diversos significados, estableciendo nuevos centros, límites, periferias, fronteras, que existen como representaciones simbólicas, pero capaces de determinar los usos y los sentidos de la vida de los ciudadanos.[45] Estos croquis mentales establecen un contexto dentro del cual los sujetos se autoreconocen, se sienten familiares y unos bordes simbólicos por fuera de los cuales se sienten extranjeros. Quien no conoce dichas fronteras y sus códigos se delatará como extranjero. Comportamientos, lenguajes, signos, marcan y re-configuran el territorio físico y lo hacen ser la base de un territorio virtual con unos usos sociales y unos sentidos invisibles a los ojos de un extranjero.[46]
Un ejemplo claro lo encontramos en la construcción de centros comerciales, que luego de los distintas visitas y usos de los ciudadanos va adquiriendo un valor y un sentido específico. Es el punto de reunión, el lugar de interacción por excelencia; el lugar preferido por el 72,7 % de los bogotanos para hacer compras, de acuerdo con un estudio de FENALCO.[47] Portal de la 80, Unicentro de Occidente, CentroSuba, Vivero, Boulevar Niza y los nuevos hipermercados como Éxito y Carrefour, más alla de simples lugares para comprar son verdaderos territorios significativos para la vida de los que los frecuentan.
Un estudio hecho en 1997 sobre la percepción de los ciudadanos frente al miedo, es decir los territorios marcados como generadores de miedo, dio el siguiente resultado: Las localidades donde sus residentes viven en sus casas con más miedo son, en orden descendente: Ciudad Bolívar (80.7%), Santafé (67%), Engativá (64.6%), Suba (55.4%), Chapinero (55.2%) y Rafael Uribe (54.6%). Y las localidades en las que la gente trabaja o desarrolla sus actividades laborales con más miedo son: Engativá (63.2%), Santafé (58.4%), Rafael Uribe (55.4%). Dentro de los factores generadores de miedo aparece en primer lugar la violencia, cuyos índices más altos están en las localidades de Rafael Uribe (90%), Kennedy (84.3%), Engativá (83.9%) y menos en las localidades de Chapinero, Suba (72.9%), Ciudad Bolívar (69.3%) y Bosa.[48] En las conclusiones de la investigación se afirma:
“El miedo es un sentimiento muy marcado en la ciudad, que debilita, fragmenta y aisla a quienes vivimos en ella. Es un sentimiento que se aprende, se propaga y se contagia…Dado que los niveles altos de miedo en la ciudad imaginada resultan bastante frecuentes, más que en la ciudad usada, podemos afirmar que la ciudad es pensada con más miedo de lo que es efectivamente vivida; esto tiene dos explicaciones: la ciudad usada es conocida con más detalle y la existencia de la imagen determina el alejamiento cotidiano de dichos lugaresEl terror ha paralizado el movimiento y la organización de las comunidades, ha impuesto la desconfianza recíproca y el aislamiento como norma de convivencia ciudadana, ha normalizado y legitimado el abuso del poder y la violencia.”[49]
Una tarea fundamental para la real interacción con la ciudad esta en la elaboración de los croquis que territorializan nuestros barrios y señalan los usos, los límites desde los cuales los ciudadanos construyen la ciudad y se la apropian.

c. La experiencia religiosa urbana
Al tener en cuenta la dimensión imaginaria y simbólica de la sociedad urbana y su cultura, los pastoralistas han podido establecer la interacción entre la experiencia religiosa y el proceso mismo de construcción social de la realidad. De ahí que el campo de lo religioso refleje también el actual estado de fragmentación y recomposición de la cultura misma.
La mirada de esta realidad, desde la dinámica que crean los ciudadanos con sus imaginarios, y desde la relación de las simbólicas religiosas, con las demás simbólicas urbanas, ha permitido ampliar el horizonte de discernimiento de la religiosidad popular, como lo señala J. Seibold, SJ.[50]; ha permitido reconocer las transformaciones mismas que ha sufrido el imaginario religioso por las transiciones de la cultura moderna y posmoderna; y ha permitido entender mejor cómo los tiempos y espacios sagrados están siendo modificados por nuevos sentidos, de tal manera que las aspiraciones religiosas están siendo respondidas por realidades seculares de la ciudad, como lo reconocía J.B. Libânio.[51] También ha permitido entender de manera diferente el pluralismo de ofertas religiosas y el lugar imaginario que ocupa la Iglesia católica dentro del contexto urbano.
Reconocer la complejidad del tejido religioso urbano y su permanente recreación desde las dinámicas subjetivas y sus proyecciones simbólicas, es esencial para poder afrontar el desafío de una convivencia respetuosa de la diversidad religiosa, para el discernimiento de los signos del Reino de Dios en la ciudad y para el desarrollo inculturado tanto de la actividad misionera, como de los procesos de iniciación cristiana.

d. El camuflaje urbano de lo sagrado
La vuelta sobre los procesos simbólicos ha permitido reconocer, como lo evidencia el sociólogo Cristian Parker, una de las transformaciones más complejas que está viviendo el mundo contemporáneo, pues algunos bienes y servicios de la vida cotidiana, están adquiriendo una cualidad especial, más allá de su uso convencional, al ofrecer la posibilidad de satisfacer necesidades de tipo más profundo, de orden simbólico. Por ejemplo, los objetos desarrollados por las nuevas tecnologías y los sistemas de comunicación, como los celulares, las computadoras, la Internet, se están convirtiendo en verdaderos “íconos electrónicos”, en “mitos”, con una carga simbólica sagrada de tremendos y fascinantes, cuya posesión y uso posibilitan una especie de reinvención maravillosa del mundo, en una dialéctica entre secularización y re-sacralización, que rompe la cotidianeidad (percibida como caos) y la re-significa (la hace cosmos).[52] Así, los bienes seculares están desplazando a los ritos litúrgicos y las simbólicas de las religiones tradicionales, en una especie de “camuflaje de lo sagrado”, como lo menciona J.B. Libânio:
“Se produce en el mundo urbano un verdadero camuflage de lo sagrado, al transferir a las realidades seculares estructuras propias del mundo religioso...El camuflaje, teológicamente hablando, dificulta la percepción del Trascendente presente en la realidad humana. Establece una relación deformante entre Trascendencia e inmanencia...En otros términos, lo religioso (templo) desciende al nivel inconsciente, cuyas operaciones son incontrolables, mientras que lo profano (el centro comercial) comanda directamente las decisiones. Para una verdadera y auténtica experiencia religiosa, ambas realidades deben estar al nivel de la consciencia y de la decisión. Esta es una de las grandes dificultades teológico-pastorales de la ciudad. Las aspiraciones religiosas, se viven en el inconsciente, sin libertad ni control sobre ellas, ahogadas en un mar de requerimientos seculares.”[53]
Otros ejemplos de este efecto de camuflaje de lo sagrado se encuentran en la pasión por el fútbol, por las telenovelas, en la visita a los centros comerciales, en los nuevos parques de diversiones, en las “zonas rosas” [54], en la pasión por los cantantes de moda y por la música profana en general, etc. Estas realidades-símbolo hacen replantear aquella difundida afirmación o temor, que dice que el problema más grande de la evangelización es la competencia que generan las sectas.
De igual manera, se puede verificar un proceso inverso, por el cual las simbologías sagradas que fueron generadas por el cristianismo, están siendo resignificadas por la sociedad de consumo, puesto que en su dimensión significante siguen siendo las mismas, pero en su dimensión significada han cambiado de acuerdo con los intereses de quienes manejan las dinámicas del mercado. El ejemplo más claro se tiene en la celebración de la navidad, resignificada como una temporada de compra y de fiesta, pero lejos de su real sentido cristiano.[55]
También se puede constatar la resignificación de las simbólicas sagradas oficiales, como la liturgia, causada por las dinámicas propias de la religiosidad popular o de las nuevas experiencias de religiosidad posmodernas, como la Nueva Era. El sentido original de los ritos litúrgicos, de las devociones a los ángeles, a los santos[56], etc., convive con otros sentidos, conscientes o inconscientes, seculares o trascendentes, privados o públicos, que provienen de otros ámbitos o intereses. Esta re-significación, permite evidenciar el potencial creativo que siempre ha encerrado la dimensión subjetiva y simbólica de la cultura y de la experiencia religiosa, a pesar de las dinámicas de objetivación de lo religioso o de secularización que hay en la sociedad actual.
En general, toda esta complejidad de la experiencia religiosa en la ciudad ha dejado, luego del discernimiento, un gran interrogante sobre las prácticas pastorales actuales y su adecuación a estas situaciones[57], pero sobretodo ha dejado un reconocimiento de cómo Dios sigue trabajado por extender su Reino, en medio de las dinámicas subjetivas y objetivas de construcción de la realidad social y del campo religioso, y un reconocimiento de la condición de búsqueda permanente de sentido en que vive el hombre, a través de la vida misma de la ciudad. Igualmente se constata la capacidad profética y crítica que sigue teniendo el Evangelio, al ser generador de imaginarios alternativos desde las dinámicas urbanas cotidianas de lucha por dar un sentido más humano y digno a la vida, sobretodo entre los excluídos, y que se constituyen en un llamado a la comunión y misión de la Iglesia, quien si permanece atenta a las voces y acciones del Espíritu en la ciudad, debe responder con una acción pastoral actual, creíble y eficaz. [58]
En conclusión, estos tres grupos de rasgos que dan un rostro concreto a los ciudadanos, son un punto de partida concreto para el discernimiento pastoral que conduzca a darle igualmente un rostro urbano a nuestra presencia eclesial evangelizadora.



[1] Cf. J.B. LIBANIO, «A Igreja na cidade», Perspectiva teológica 28 (1996), 17; A. ANTONIAZZI, «Princípios teológico-pastorais para uma nova presença da Igreja na cidade», en A. ANTONIAZZI, y C. CALIMAN, (org.), A presença da Igreja na cidade, Vozes, Petrópolis 1994, 83. 86-88.
[2] Cf. A. ANTONIAZZI, «Missão da Igreja da cidade – Pastoral urbana», en J. COBO (org.), A presença da Igreja na cidade II, Vozes, Petrópolis 1997, 51.
[3] Cf. L.R. BENEDETTI, «A religiao na cidade», en ANTONIAZZI, A. y CALIMAN, C. (org.), A presença da Igreja na cidade, Vozes, Petrópolis 1994, 61-68.
[4] Cf. J.B. LIBANIO, «Missão...», o.c., 65-66.
[5] Cf. R. CARAMURU, «Informe General», en A.A.V.V., La Iglesia al servicio de la ciudad- ELPU(1965), Dilapsa-Nova Terra, Barcelona 1967, 189-203.
[6] J.B. LIBANIO, «A Igreja…», o.c., 20; cf. Id., As lógicas da cidade, Edições Loyola, São Paulon 2001, 27-89.
[7] La siguiente fenomenología sobre la experiencia religiosa ya fue presentada en un número anterior de esta misma revista, aquí se integra a una visión más global. Cf. MANCERA, Jaime, «Fenomenología de la experiencia religiosa en la ciudad», Seminarium Bogotense 6 (2005), 16-18.
[8] Cf. C. PARKER, «A religiosidade urbana. Impacto da urbanização na religião numa sociedade subdesenvolvida», REB 53 (1993), 283- 300; C. GALLI, «La religiosidad popular urbana ante los desafíos de la modernidad», en GALLI, C.- SCHELZ, L. (comp.), Identidad cultural y modernización, Buenos Aires 1992, 147-176.
[9] Concepto introducido por el sociólogo Thomas Luckmann (T. LUCKMANN, La religión invisible. El problema de la religión en la sociedad moderna, Sígueme, Salamanca 1973.) y citado por J.B.LIBANIO, «A. Igreja...», o.c., 31; Id., As lógicas..., o.c., 63-65.
[10] Cf. C.CALIMAN, «A evangelização na cidade hoje. Algumas reflexões pedagógico-pastorais», en A. ANTONIAZZI y C. CALIMAN (org.), A presença da Igreja na cidade, Vozes, Petrópolis 1992, 96-110.», 99; J. COMBLIN, Pastoral urbana. O dinamismo na evangelização, Editora Vozes, Petrópolis 1999, 12.
[11] Cf. C.C. DA SILVA SCARLATELLI, A camuflagem do sagrado e o mundo moderno a luz do pensamento de Mircea Eliade. Dissertação de mestrado da UFMG, Belo Horizonte, 1995, citado por J.B. LIBANIO, «A Igreja...», o.c., 19-21.
[12] Cf. C. PARKER, o.c., 283-300; J.R. SEIBOLD, «Imaginário social y religiosidad popular», Stromata 51 (1995), 131-140; C. GALLI, o.c., 147-176.
[13] C. PARKER, o.c., 297. (Traducción personal)
[14] C. GALLI, o.c., 156; Cf. C. PARKER, o.c., 297; J.B. LIBANIO, «Missão...», o.c., 60.
[15] Cf. A. ANTONIAZZI, «Princípios…», o.c., 80; Comissão episcopal regional sul 1 - cnbb, A coordenação pastoral nos centros urbanos, CNBB, São Paulo 1997, 25.
[16] Se habla de indicadores estructurales en cada uno de los niveles sociales, como por ejemplo: a) económicos: descentralización industrial, crecimiento de la economía informal, ampliación del número de condominios, expansión de los centros comerciales, surgimiento de servicios especializados etc.; b) políticos: mayor autonomía de los municipios, nuevas formas de poder local, modificación de las relaciones entre los movimientos sociales y el estado, aumento de los mecanismos de represión del estado, poca participación en las organizaciones políticas etc.; c) sociales: crisis en el sector salud por falta de hospitales, aumento del desempleo y de la gente que vive en la calle, baja calidad en la educación pública, aumento de los precios en el transporte urbano, contaminación ambiental, aumento de la criminalidad, impunidad, corrupción institucionalizada, especulación inmobiliaria etc.; d) culturales: influencia de los medios de comunicación masivos, consumismo, racismo e intolerancia étnica, privatización de lo público, aparición de religiones populares y sectas, influencia de la música extranjera etc. Cf. L. E. WANDERLY, «Pastoral urbana: sujeitos e estruturas», em A. ANTONIAZZI y C.CALIMAN (org.) A presença da Igreja na cidade, Vozes, Petrópolis 1994, 56-60.
[17] Cf. CONTRALORÍA GENERAL DE LA REPÚBLICA, «Colombia: una sociedad excluyente», en Colombia entre la exclusión y el desarrollo, CGR, Bogotá 2002,3-40. Comissão episcopal regional sul 1 - cnbb, Pastoral Urbana, Ediçoes Paulinas, São Paulo 1981, 21-59; J.B. LIBANIO, «Missão...», o.c., 56.
[18] Cf. L. E. WANDERLY, o.c., 52-56; J.B. LIBANIO, «Missão...», o.c., 52; CENTRO DE ESTUDIOS ECUMÉNICOS (CEE), «Fenomenologia de la urbe. Iglesia: ¿dónde, cómo y con quiénes estás?», en EPU, La ciudad: desafío a la evangelización, Ediciones Dabar, México 2002, 82.
[19] Cf. A. ANTONIAZZI, «Novas reflexões sobre pastoral urbana», em J. COBO, (org.), A presença da Igreja na cidade II, Vozes, Petrópolis 1997, 76-79.
[20] Cf. R. MÉNDEZ, El fenómeno urbano, CELAM, Bogotá 1990, 56-59.
[21] Ibid., 58.
[22] Cf. J.B. LIBANIO, «A Igreja...», o.c. 16-18.
[23] Cf. A. ANTONIAZZI, «Princípios...», o.c., 92; J. COMBLIN, Viver na cidade, Paulus, São Paulo 1996,18-30; J.B. LIBANIO, As lógicas..., o.c., 72-74.
[24] Se entiende por «pluralismo», el sistema por el cual se acepta o reconoce la diversidad de doctrinas o posiciones.
[25] J.B. LIBANIO, «Missão...», o.c., 42.
[26] Se entiende por «heterogéneo», el compuesto de partes de diversa naturaleza u origen.
[27] J. COMBLIN, «Ciudad, teología y pastoral», en A.A.V.V., La Iglesia al servicio de la ciudad- ELPU(1965), Dilapsa-Nova Terra, Barcelona 1967, 143.
[28] R. MÉNDEZ, El fenómeno…, o.c.,15.
[29] Se entiende por «multiculturalidad», la convivencia simultánea de diversas culturas.
[30] Cf. Comissão episcopal regional sul 1 - cnbb, A coordenação…, o.c.,30; P. TRIGO, «Evangelización del cristianismo em los barrios populares de América Latina», REB 16 (1989), 89-91; J.R. SEIBOLD, «Pastoral comunitaria urbana», en EPU, La ciudad desafío a la evangelización, Segunda Parte, Ediciones Dabar, México 2002, 52-62.
[31] Se entiende por «multiplicidad» la abundancia excesiva de algunos hechos, especies o individuos.
[32] Cf. L.R. BENEDETTI, «A religião na cidade», en A. ANTONIAZZI, y C. CALIMAN (org.), A presença da Igreja na cidade, Vozes, Petrópolis 1994, 70; C. PARKER, «A religiosidade urbana. Impacto da urbanização na religião numa sociedade subdesenvolvida», REB 53 (1993), 283.
[33] Cf. J.B. LIBANIO, «A Igreja...», o.c., 31; además, J. COMBLIN, Teología de la ciudad, Verbo Divino, Estella 1972, 233.
[34] Cf. T. da CRUZ, A catequese e o desafio da cidade, Sao Paulo, Paulinas 1993.
[35] Cf. A. SILVA, Imaginarios urbanos, Tercer Mundo, Bogotá 19973,19.23.
[36] F. GIRALDO, «La ciudad: política del ser», en GIRALDO, F. y VIVIESCAS, F., Pensar la ciudad, Tercer Mundo Editores, Bogotá 1996,15.
[37] F. VIVIESCAS, «Pensar la ciudad colombiana: el reto del siglo XXI», en C. TORRES, et al. (comp.), La ciudad: hábitat de diversidad y complejidad, Universidad Nacional, Bogotá 2000, 51-52.
[38] Cf. A. SILVA, Imaginarios, o.c., 13-18; Idem., «Métodos contemporáneos sobre ciudad: tribus, postciudades e imaginarios urbanos», en FONDO MIXTO PARA LA PROMOCIÓN DE LA CULTURA Y LAS ARTES DE BOGOTÁ, D.C. (ed.), Red de investigadores de cultura urbana sobre Bogotá. Perspectivas desde un encuentro, FMPCAB, Bogotá 1997, 31-42; Idem,
[39] Así lo presentan en sus libros: Cf. N. GARCÍA CANCLINI, o.c.; A. SILVA, Imaginarios Urbanos: hacia el desarrollo de un urbanismo desde los ciudadanos. Metodología, CAB-UN, Bogotá 2004, 14; I. CALVINO, Las ciudades invisibles, Siruela, Madrid 1990.
[40] N. GARCÍA CANCLINI, «Viajes e imaginarios urbanos», en Imaginarios…, o.c., 109.
[41] A. SILVA, Imaginarios…, o.c., 135.
[42] Cf. Id., Bogotá imaginada, CAB-UN-Taurus, Bogotá 2003, 24.
[43] A. Silva habla de “emblemas urbanos”, que representan, por sustitución o analogía, los lugares, personajes, acontecimientos donde la gente, bajo la carga simbólica que asumen, define y redefine su urbe con su propia visión diaria. Dichos emblemas se mueven, se desplazan, se transforman, tienen vida propia en la medida en que los ciudadanos los reinventan. Cf. Id., Bogotá…, o.c., 24.
[44] Cf. A.SILVA, Imaginarios…, o.c.; Id. Bogotá…, o.c.
[45]“Las ciudades no se hacen sólo para habitarlas, sino también para viajar por ellas” N. GARCÍA CANCLINI, Imaginarios urbanos, Eudeba, Buenos Aires 1997, 109.
[46] Cf. A. SILVA, Imaginarios, o.c., 47-83; Idem, «Los escenarios urbanos”, Signo y pensamiento 11 (1987), 73-77; Idem., «El territorio: una noción urbana», Signo y pensamiento 12 (1988), 81-91.
[47] Cf. C. ESPEJO, «Los nuevos “paseos domingueros” en Bogotá se viven en los centros comerciales», en El Tiempo, 25 de marzo de 2006.
[48] «En la localidad de Engativá fue muy clara la estereotipación y estigmatización de barrios, en donde se les atribuye algunas características que los desacreditan… Por ejemplo, Las Ferias, desde la década del sesenta se estigmatizó como Pueblo Quieto, porque se trancaban las puertas con cadáveres, y el barrio Bachué como Puerto Puñales por la cantidad de agresiones y heridos que allí resultaban…”, p. 44-45.Cf. Soledad NIÑO, et al., Territorios del miedo en Santafé de Bogotá, Tercer Mundo editores – Observatorio de cultura urbana, Bogotá 1998, 44-45.
[49] Ibid, 131-133.
[50] Cf. J.R. SEIBOLD, «Imaginario…», o.c., 113-133; Id.,«Pastoral…», o.c., 54-55.
[51] Cf. J.B. LIBĂNIO, «A Igreja...», o.c., 31-34.
[52] Cf. C. PARKER, o.c., 285-286.
[53] J.B. LIBANIO, «A Igreja...», o.c., 31 (traducción personal). El autor cita a C. SCARLATELLI, A camuflagen do sagrado e o mundo moderno a luz do pensamento de Mircea Eliade, Dissertação de Mestrado da UFMG, Belo Horizonte 1995,79.
[54] Un estudio semiótico sobre las deseos que mueven a los que frecuentan los bares de la Zona Rosa de Bogotá y de otras dos zonas de la ciudad, mostró que se identifican con los deseos de quienes acuden a las diversas sectas que hay en la ciudad. Cf. J.C. PÉRGOLIS, L.F. ORDUZ y D. MORENO, La ciudad de los milagros y las fiestas. Redes y nodos en las creencias y la rumba en Bogotá, Tercer Mundo – Observatorio de cultura urbana, Bogotá 1998.
[55] El sociólogo colombiano William Beltrán, refiriéndose a este fenómeno de resignificación en el caso de la navidad, dice: “Una hipótesis al respecto es que la Navidad está adquiriendo nuevos significados, se mantiene la forma del ritual pero se transforma su contenido, acomodándose a los nuevos dioses y valores de un mundo pluralista, hedonista, consumista y globalizado… La Navidad ya no es una ocasión para fortalecer su fe cristiana, más bien representa un formato social para afianzar los lazos fraternales. La novena se convierte en una disculpa para estar juntos…Los medios de comunicación generan la percepción social de que la felicidad es directamente proporcional a la cantidad de regalos que se recibe y a su precio… La Navidad esta mudando nuevamente para dejar de ser una fiesta cristiana y convertirse en una fiesta secular que rinde culto a nuevos dioses como el consumo y el placer.” W. BELTRÁN, «¿Cuál es el actual significado de la navidad?», Periódico de la Universidad Nacional, Dic 26 de 2004.
[56] Un ejemplo está en el estudio sobre la devoción a San Judas y su imaginario de fertilidad, en México DF, mencionado en las mesas de trabajo del Congreso Interamericano de Pastoral Urbana (México DF, 2001). Cf. EPU, La ciudad: desafío a la evangelización, o.c., 266.
[57] Cf. J.B. LIBÂNIO, «A Igreja...», o.c., 22.
[58] Cf. P. TRIGO, «Imaginario alternativo al imaginario vigente y al revolucionario», Iter (1992), 61-99.