DIOS VIVE EN LA CIUDAD

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domingo, 25 de enero de 2009

LA TEOLOGÍA PASTORAL URBANA, huellas de un camino recorrido

En los últimos años hemos visto en nuestro continente latinoamericano cómo ha ido surgiendo una reflexión teológico-pastoral que ha acompañado diversos procesos eclesiales en la búsqueda y desarrollo de una acción evangelizadora en las grandes ciudades. Numerosos teólogos pastoralistas, a través de sus esfuerzos de aproximación al fenómeno urbano, su discernimiento pastoral y su participación en procesos eclesiales concretos, han afrontado el desafío que las grandes ciudades latinoamericanas plantean a la Iglesia y han trazado lentamente un camino que es importante reconocer y retomar a la hora de asumir actualmente el reto de una pastoral urbana.
Aparentemente es poco lo reflexionado al respecto, pero al observar el horizonte, no podemos dejar de mencionar, entre muchos, algunos nombres significativos, que resuenan en este itinerario de búsqueda: Jorge Jiménez, Raúl Méndez, Eduardo Peña y Francisco Niño, en Colombia; Pedro Trigo, en Venezuela; Jorge Seibold y Carlos Galli, en Argentina; Segundo Galilea y Cristian Parker en Chile; Antonio González, en Paraguay; Benjamín Bravo, Abel Fernández, Alfonso Vietmeier y Francisco Merlos en México. Pero de manera particular sobresalen, por sus valiosas intuiciones y por su constancia para impulsar esta reflexión: José Comblin, Alberto Antoniazzi, Raimundo Caramuru y João Batista Libanio, en Brasil.
También han sido significativos los momentos y espacios de encuentro que se han tenido a nivel regional y a nivel continental, con el fin de compartir, articular y enriquecer las propias reflexiones. Desde el primer encuentro realizado sobre el tema, y convocado por el Instituto Pastoral Latinoamericano (IPLA) en São Paulo (1965), hasta el 1r. Congreso Interamericano de Pastoral Urbana, organizado por el Espacio de Pastoral Urbana y la Universidad Pontificia de México, en Ciudad de México (2001) y el II Seminario sobre Pastoral de Megápolis, convocado por el CELAM en Santiago de Chile (2003).
Otro espacio de reflexión de la problemática pastoral urbana ha estado en los procesos sinodales que han realizado diversas diócesis urbanas en el continente, y que les ha permitido pensarse y repensarse a sí mismas en relación con la cultura urbana.
Esta memoria teológico-pastoral, que ha venido constituyendo una verdadera “teología pastoral urbana” debe convertirse hoy para nosotros en una fuente y espacio de investigación y de diálogo pastoral; de tal manera que, al ir sistematizando los diversos puntos de vista, las intuiciones, las perspectivas articuladoras, las experiencias realizadas, nuestro discernimiento pastoral, más allá de seguir el riesgo de la fragmentación, se fundamente, tanto en la Palabra de Dios, como en lo que el Espíritu ha ido haciendo surgir a través de la acción y reflexión pastoral en las grandes ciudades, a lo largo de los últimos años.
Aproximación al fenómeno urbano
Todo intento de reflexión y sistematización de la pastoral urbana parte de una pregunta: ¿qué es la ciudad?, o mejor aún: ¿qué es el fenómeno urbano? [1] . Dentro del proceso y evolución del discernimiento teológico-pastoral, los pastores y teólogos han intentado responder esta pregunta recurriendo a la ayuda de las ciencias humanas. Este ejercicio de interdisciplinariedad les ha permitido tener en cuenta unas problemáticas y unas categorías de análisis, que luego han sido mediación para el ejercicio teológico-pastoral y que manifiestan la complejidad del campo de la acción evangelizadora.
Podemos identificar básicamente tres enfoques complementarios que han orientado esta aproximación al fenómeno urbano:
Epistemológico
En primer lugar se ha planteado el problema epistemológico, reconociendo las dificultades que plantea el conocimiento mismo de la ciudad y, por tanto, la necesidad de un trabajo interdisciplinar que fundamente la reflexión teológica y promueva la constante actualización.
Se reconoce que el conocimiento de lo “urbano”, fundamento de la reflexión pastoral, va más allá de una simple percepción inmediata y de una captación de datos, y se abre a todo un proceso epistemológico complejo que integra diversas categorías geográficas, económicas, políticas, socio-culturales y religiosas; que debe atender a los aspectos comunes y a los particulares, a componentes estructurales y coyunturales, así como a los diagnósticos precisos y sistemáticos, globales y sectoriales, seculares y religiosos, y a las proyecciones sobre los mismos. [2] Además, al considerar la ciudad dentro de un contexto más universal, como el campo experimental privilegiado de los avances de la modernidad, la posmodernidad y de la globalización, se afirma entonces que no puede haber un estudio que no tenga en cuenta sus tendencias y repercusiones. [3]
Histórico
En segundo lugar se ha hecho una aproximación histórica, puesto que la ubicación de la ciudad dentro del contexto de la historia regional y universal, ha sido un recurso para que algunos teólogos fundamenten sus reflexiones, reconociendo las categorías permanentes o esenciales del fenómeno y sus aspectos coyunturales, así como los procesos de transición que ha vivido.
Es un hecho, que las urbes latinoamericanas encuentran las raíces de su identidad, no sólo en el proceso de industrialización vivido en el siglo XIX, sino también en los acontecimientos de su colonización española o portuguesa y en los procesos de independencia y vida republicana, que han dejado su huella en ellas. [4] Esta visión histórica es cuestionada por algunos, que desconfían de una reflexión que tenga como presupuesto la continuidad fundamental de la ciudad desde los tiempos bíblicos hasta hoy, dada la complejidad y la especificidad de la ciudad contemporánea, y postulan la necesidad de estudiar cada ciudad en su momento histórico, en su dinámica específica, en sus complejas relaciones con el sistema político-económico mundial actual [5] .
Antropológico
En tercer lugar, la reflexión teológico-pastoral ha asumido la ciudad, antes que como un ente en sí mismo, como un «fenómeno humano»; es decir, en su relación con el hombre concreto, que se constituye en origen, razón, autor, actor, producto y víctima de la ciudad.
Desde este punto de vista se han reconocido unas categorías que son constitutivas del fenómeno urbano, que generan un ambiente específico y un perfil antropológico dominante. Algunas de esas categorías, a las que se hace referencia con frecuencia, son: la explosión demográfica y la consecuente densidad de población, el cruce de mentalidades agrarias, modernas y posmodernas, el desarrollo y especialización de las funciones y sujetos sociales; la expansión de las comunicaciones y su constitución como red abierta y global, la movilidad y desplazamiento internos y externos, la fuerza del mercado y del consumo, las formas de participación ciudadana, el desarrollo de las estructuras económicas, sociales y culturales; la diversificación de culturas, pensamientos, ofertas, posibilidades en todos los aspectos de la vida, las redes simbólicas que se tejen y los imaginarios urbanos que las generan.
El sujeto urbano que se constituye, y que los teólogos y pastoralistas identifican como interlocutor de la pastoral urbana, dependiendo del proceso de inserción en esta cultura urbana, está marcado por la exaltación de su subjetividad; realidad ambigua, puesto que por una parte lleva al individuo a reconocerse a sí mismo como responsable de su propia construcción y destino, pero por otra, en la búsqueda de su individualidad se encuentra ahogado en medio de la multiplicidad de ofertas que lo hacen un sujeto fragmentado, sin referentes auténticos de sentido, y en una permanente modificación de sus relaciones con los demás y con la naturaleza; en una nueva comprensión y relación con el tiempo y con el espacio. Un sujeto que vive su experiencia religiosa en un contexto de pluralismo religioso, de religiosidad popular, de pérdida de la dimensión social de la religión o privatización de la religión, como lo llaman algunos, y de re-significación de las expresiones religiosas tradicionales.
Un sujeto que vive en la tensión entre lo público y lo privado, entre su mundo vital y el sistema que lo rige; un sujeto que experimenta, en su gran mayoría los procesos de exclusión social, y en medio del espectáculo, la belleza, el mercado y la novedad que le ofrecen la ciudad, lucha por vivir su libertad.
Pistas sugeridas en el discernimiento pastoral urbano
Con base en las aproximaciones al fenómeno urbano, se han desarrollado una serie de pistas de discernimiento que señalan posibles comprensiones y proyecciones de la tarea evangelizadora de la Iglesia en las grandes ciudades del continente.
Algunos elementos comunes a dichos discernimientos son:
el reconocimiento del desfase en que se encuentra la oferta evangelizadora y las reales necesidades de evangelización señalas en las aproximaciones a la realidad urbana;
la necesidad de reconocer y restablecer el sentido profundamente antropológico que encierra la ciudad;
el desafío de llevar a cabo una verdadera inculturación del Evangelio, a partir de un discernimiento evangélico de la cultura urbana, evitando tanto una descalificación absoluta de la misma misma, como una asimilación ingenua.
El desafío de generar una eclesiología, para una Iglesia más “urbana”, referida a la concreción del Reinado de Dios en el contexto de las ciudades, en una revaloración de la Iglesia local y su relación con la ciudad, como históricamente se desarrolló [6] .
La necesidad de una renovación de los modelos pastorales, marcados aún por la comprensión agraria de la religión, y de las estructuras pastorales, de tal manera que se adapten mejor al sujeto y a las dinámicas de la vida urbana.
El desafío de generar una lectura teológica de la ciudad, que como una lámpara, vaya iluminando los caminos posibles para recorrer y llevar a cabo la acción misionera y pastoral.
Y junto a estos aspectos comunes también podemos identificar marcos específicos de comprensión de la problemática pastoral urbana, que han servido y pueden servir para entender muchos de los problemas que estamos teniendo actualmente y sobretodo, que pueden ayudarnos en la generación de procesos pastorales más creativos. Algunos de esos marcos de comprensión son:
La transformación de la experiencia religiosa urbana: Para algunos autores es fundamental el reconocimiento del cambio que hay en la experiencia religiosa, puesto que la religiosidad del hombre urbano no se basa en la experiencia de la limitación humana, como pasa en la vida del campo, y que conduce al reconocimiento de la necesidad de Dios en la vida, sino que la experiencia del poder humano sobre la naturaleza por medio de la técnica, generada por la ciudad, con el consecuente sentimiento de autosuficiencia humana, choca con un discurso pastoral que pretenda presentar a Dios como una necesidad. Todo esfuerzo por presentar el mensaje cristiano, como una intervención gratuita de Dios en la historia personal, de tal forma que interpele a esta nueva cultura, se podría llamar pastoral urbana [7] . Este desafío se hace más complejo cuando se reconocen las dinámicas de resignificación de lo sagrado, en las cuales las cosas seculares han sido cargadas de sentidos religiosos y por el contrario, las cosas tradicionalmente reconocidas como sagradas, han sido vaciadas de sus sentidos religiosos y se ven sólo con una mirada secular.
La ciudad, como escenario de la transición cultural, confronta y desafía la mentalidad, las formas y las metodologías de la evangelización: es fundamental el reconocimiento del cambio que estamos viviendo en las formas como los sujetos se entienden a sí mismos, actúan y se expresan, modificando el estilo de relación con los demás, con los espacios, con las temporalidades y con Dios. Rastrear cada uno de estos aspectos y confrontarlos en sus implicaciones con la presencia y acción eclesial se convierte en una tarea por hacer [8] .
De manera particular, existen tres desafíos que plantea esta transición cultural: la multiculturalidad, el pluralismo de ofertas religiosas y la situación de pobreza y exclusión que se ha generado. La Iglesia como comunidad, debe aprender y enseñar a vivir en medio de esa diversidad, y debe comprometerse en la eliminación de las situaciones de exclusión, mediante una pedagogía y una pragmática inculturadas [9] .
El profundo sentido antropológico que encierra la ciudad, marca el camino a seguir en la pastoral urbana: la ciudad es una construcción humana y refleja las aspiraciones más profundas del hombre. Sin embargo, muchos aspectos sociales y culturales están generado, por el contrario, un proceso deshumanizador, hundiendo a los ciudadanos en un caos e impidiéndoles ser constructores de posibles sentidos de la existencia más humanos y de una realidad social más justa y solidaria, desde los valores de la dimensión trascendente de la existencia. La Iglesia está llamada a reconocer este proceso, que se da sobretodo a nivel de la dimensión simbólica de la existencia social, y a ofrecer el Evangelio como una alternativa de sentido al caos en que viven los ciudadanos. Esta tarea le exige una actitud de permanente discernimiento de las dinámicas generadoras de sentido que ya el Espíritu ha suscitado en los contextos de exclusión, una gran capacidad de adaptación de sus estructuras y la generación de nuevas simbólicas que le permitan presentarse como una comunidad alternativa al caos, con rostro solidario y humano, auténtico sacramento de salvación [10] .
Algunas constantes
Es interesante anotar que todas las reflexiones se generan a partir de la actitud honesta de aceptar que no se conoce la ciudad y que las acciones pastorales, a pesar de la sincera voluntad evangelizadora, no convergen con la vida y la problemática de la ciudad. De ahí la necesidad de recurrir a las búsquedas que el hombre mismo ha hecho sobre la problemática urbana, desde las ciencias sociales. El fenómeno urbano no es sólo un problema de la Iglesia, como decía Pablo VI, es un desafío a la sabiduría humana, a su capacidad de organización y de imaginación prospectiva. [11]
Pero el desafío no sólo está a nivel del conocimiento de la ciudad, sino también de la misma reflexión teológica. Es necesario continuar en la búsqueda iniciada por José Comblin, en su libro Teología de la ciudad, de una lectura desde el ámbito de la revelación sobre la ciudad, que permita descubrir su sentido más profundo y su vinculación con la economía de la salvación, sobretodo en la imagen de la Jerusalén Celestial, la ciudad que nos viene de lo alto (cf. Ap 21). Junto a esta lectura, también está el clamor por una eclesiología que permita a la comunidad eclesial comprenderse a sí misma ni frente, ni contra, ni al margen de la ciudad, sino presente y actuante como servidora del Reino que acontece en el complejo entramado urbano; en el ejercicio real de la caridad y del testimonio cristiano, y que le permita abrirse a un trabajo ecuménico y con otras fuerzas vivas, por la reconstrucción de la ciudad; una visión de la comunidad eclesial como Iglesia local, y en relación a la Iglesia universal, que genere una identidad tanto a nivel personal, como social o público.
La mayoría de las reflexiones realizadas ponen en cuestión la simplificación de la problemática con el uso de los conceptos de “evangelización de la cultura urbana” e “inculturación del Evangelio en la ciudad”. Hay quienes aplican estos conceptos de manera genérica, sin pensar suficientemente en sus implicaciones específicas, y otros, a partir de cada categoría urbana, van viendo las implicaciones que se desprenden para la evangelización. ¿Cómo entender el problema de la evangelización de la cultura urbana, cuando esa cultura es un sujeto complejo, que tiene como característica valores dominantes y globalizantes, pero a la vez, un constante cambio y re-interpretación de los mismos, a nivel individual y social?
Estos son sólo algunos aspectos que encierra el campo de la reflexión teológico-pastoral-urbana. Una reflexión, que aunque inició en nuestro continente hace cuarenta años, tiene toda la actualidad y apenas está comenzando. Una reflexión que hay que enriquecer con las luces que nos vienen desde otros continentes. Una reflexión que a la manera de un laberinto, nos lleva al descubrimiento de nuevos corredores que hay que explorar y de nuevos espacios por reconocer. Un ejercicio teológico que estamos llamados a continuar nosotros hoy. Una reflexión, que aunque nos habla de una realidad que nos desborda en nuestro compromiso eclesial, nos pone en camino de creación y compromiso, de actitud confiada en el Espíritu, como lo vivieron los primeros cristianos cuando expandieron el Evangelio por las ciudades del Imperio Romano y se jugaron sus vidas por ello. Duc in altum.


[1] Entendemos «ciudad», como una realidad geográfica-social, «fenómeno urbano» se refiere al dinamismo que se genera en y desde la ciudad, y que se constituye en una cultura dinámica, dominante, y expansiva; «urbanización» es el conjunto de fenómenos que se dan ante el crecimiento del número de ciudades y de la vida misma de las ciudades, tanto en sus aspectos físicos, como en los socio-culturales.
[2] Cf. A.A.V.V., «A cidade moderna e a religião», en A presença da Igreja na cidade, Petrópolis 1997, 51.
[3] Cf. J.B. LIBANIO, «A Igreja na cidade», Perspectiva Teológica 28(1996), 11.
[4] Cf. A.GONZALEZ, «Una Iglesia más evangelizadora en las grandes ciudades de A.L.», Medellín 9/33 (1983), 102; F. NIÑO, La Iglesia en la ciudad, PUG, Roma 1996, 89-136.
[5] A. Antoniazzi, cita en este aspecto a Giordano FROSINI, Bebele o Gerusalemme? Per una teologia della città, EP, Roma 1992.
[6] Cf. J. COMBLIN, Teología de la ciudad, VD, Estella 1972.
[7] Reflexión hecha por S. Galilea. Cf. S. GALILEA, «La urbanización y la Iglesia. Reflexión pastoral», 107-109. Y por Cristian Parker.
[8] Es el pensamiento desarrollado por J.B.Libanio y A.Antoniazzi.
[9] Propuesta presentada por Jorge Seibold en «Pastoral comunitaria urbana. Desafíos, propuestas, tensiones», Stromata 57(2001), 47-82.
[10] Es la visión en la que se identifican de cierta manera: José Comblin, Benjamín Bravo y el Espacio de Pastoral Urbana, Raúl Méndez,
[11] Cf. OA 10.


REVISTA SEMINARIUM BOGOTENSE Nº 1 - 2002

DE UNA PASTORAL EN LA CIUDAD A UNA PASTORAL URBANA

Jaime Alberto Mancera Casas, Pbro.
Miembro del Equipo de Formadores
Licenciatura en Teología Pastoral
Universidad Pontificia de México
México, D.F.
La ciudad como un fenómeno humano
Las ciudades son la obra más significativa del ingenio humano. Su historia se identifica con la historia misma del hombre que, dejando la vida nómada, asumió una vida sedentaria dando una organización particular a su convivencia social. Su origen y sentido están unidos a la naturaleza misma del ser humano como ser social, llamado a desarrollarse plenamente sólo en la convivencia e interacción con otros, como lo afirmaba ya Aristóteles en su libro La Política, al referirse al hombre como un ser para vivir en la ciudad, en la polis.
Con el paso del tiempo, la vida de las ciudades se ha hecho cada vez más compleja, no sólo por su incremento demográfico, sino, sobretodo, por la multiplicación de interrelaciones entre los diversos elementos que estructuran el espacio urbano [i] , por la diversidad étnica, cultural y social, por la extensa red de significaciones individuales y colectivas, que van tejiendo el entramado social urbano. Además, no se puede actualmente pensar en la ciudad sin tener en cuenta los factores externos que también la configuran y que provienen de un proceso de globalización, no sólo económico sino en todas las dimensiones de la sociedad.
Hoy las ciudades de nuestro continente reflejan claramente las luces y las sombras de la transición cultural en la que nos encontramos. La ciudad es una gran paradoja en la que simultáneamente encontramos tanto las manifestaciones del más alto desarrollo del hombre, como aquellas que señalan la ausencia del sentido de «lo humano»; junto a las experiencias de libertad y mayor participación democrática, también están nuevas formas de dominación, de exclusión, de intolerancia y de violencia. En medio de las múltiples posibilidades de comunicación e interacción, se dan las experiencias de mayor individualismo, soledad e indiferencia. Junto a los beneficios que la ciencia y la tecnología nos han aportado, también están las condiciones más inhumanas de vida.
Estos fenómenos que influyen sobre y desde la ciudad contemporánea han configurado una forma de pensar sobre la vida, unos criterios y valores, unas prácticas, unos estilos de expresión y redes simbólicas, que tienden a transmitirse e imponerse como un estilo de vida dando lugar a una llamada: “cultura urbana” contemporánea. Una cultura en la cual, a pesar de sus rasgos dominantes y excluyentes, los ciudadanos no pueden ser considerados como simples objetos pasivos, sino que son simultáneamente instituyentes e instituidos, creadores e imitadores, actores y espectadores, transmisores y destinatarios, productores y resultado, excluyentes y excluídos, beneficiarios y víctimas. Una cultura que vive en la dinámica de estar construyendo ciudad y de ser construida por la ciudad. Una cultura que es convivencia y sucesión de múltiples culturas, de tal manera que se puede hablar de múltiples ciudades, como lo dice Italo Calvino: «a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí.» [ii] Una cultura, por tanto, que cruza los límites geográficos de la ciudad, y alcanza al ámbito de lo rural y del mundo indígena. De ahí que hoy se prefiera hablar del fenómeno de “lo urbano”, más que de “la ciudad” ciudad.
Son abundantes las agendas de investigación, los proyectos, las propuestas metodológicas, las redes de investigadores y las búsquedas de las ciencias humanas para descifrar el misterio que encierran hoy las ciudades y su cultura, en orden a construir una convivencia más justa, democrática y solidaria. Se habla de la necesidad de una verdadera interdisciplinariedad y transdisciplinariedad, para poder aproximarse a un fenómeno que es unidad y articulación, en medio de la diversidad, la fragmentación y la transformación permanente. [iii]
Bogotá es el espacio de nuestra experiencia de lo urbano. Bogotá ha acompañado buena parte de la historia de nuestro país; es el espejo que refleja los logros del pueblo colombiano, y los vacíos que vamos dejando en nuestro caminar. Es lugar de los esfuerzos por una convivencia ciudadana más participativa y del individualismo más concentrado, de los actos de violencia y de las redes de iniciativas por la paz. Es lugar de las universidades, de la tecnología y de los niños que no tienen o no les interesa acceder a la educación, prefiriendo estar en la calle. Desde este lugar se defiende la vida y las garantías de los individuos y se violan constantemente los derechos humanos. En esta ciudad se defiende el espacio público y a la vez se imponen los intereses privados sobre las políticas públicas. Es sitio para los consejos juveniles locales, que buscan la participación de los jóvenes como sujetos sociales, y a la vez sitio que tolera las redes de “limpieza social” que extinguen la vida de otros jóvenes. Lugar de los museos, que buscan reconstruir la memoria histórica urbana y a la vez donde, pensando en un futuro incierto, más rápido se olvida nuestra historia. Bogotá es lugar de muchos actores sociales y a la vez de miles de espectadores que, sin sentido de corresponsabilidad social, sólo usan la ciudad, reclaman derechos, pero no están dispuestos a aportar nada a cambio.
Esta ciudad compleja y diversa, fragmentada y a la vez con cierto sentido de unidad, que genera un tipo de ciudadanos y que es generada por sus ciudadanos, es el desafío pastoral que el VI Sínodo Arquidiocesano de Bogotá quiso plantear y al cual quiere responder el Plan Global de Pastoral.
La ciudad y la Iglesia
Las ciudades y la Iglesia, en nuestro país, han crecido juntas. Desde la Colonia la Iglesia tuvo un lugar dentro de la vida de las ciudades; no sólo por su presencia en la plaza central, donde el templo tenía su lugar reservado, sino además por su presencia en la vida social y cultural. Las actividades que se organizaban desde las parroquias o la Catedral determinaban los calendarios de la vida cotidiana de las comunidades; Semana Santa, la novena de Navidad, las fiestas patronales, son claro ejemplo de esto.
Pero en la medida en que fueron creciendo los asentamientos urbanos, y apareció la multiplicidad y diversidad que los caracteriza, la parroquia y en general, la vida religiosa, fue pasando a ser un elemento más dentro de la vida de un ciudadano. La cultura moderna, con su carga de emancipación, de renovación, de democratización y de expansión [iv] , condujo más que a una supresión de la religión, como algunos lo anunciaron, a una privatización de la misma [v] , a un afianzamiento de la religiosidad popular y a una multiplicación de nuevos grupos religiosos, que conforman un verdadero “mercado de ofertas religiosas”. La Iglesia dejó de ser el centro y la fuente de significado de muchas realidades sociales y pasó a ocupar un lugar a veces paralelo, a veces indiferente dentro de la sociedad.
En el presente vemos a la Iglesia católica, en una ciudad como Bogotá, compleja y diversa, como una institución más, que goza de cierta credibilidad, pero su radio real de influencia es corto; su poder de convocación no es superior al de otros actores sociales, como los venidos del mundo del espectáculo, de la música o de los medios de comunicación etc. Pero sobretodo, lo más significativo es, como lo constató el Sínodo, que en su interior el sentido de identidad y de pertenencia se encuentran diluidos, con la consecuencia de no estar logrando una encarnación de los valores evangélicos en la cultura de la ciudad.
Antes se hablaba de la Iglesia dentro de la ciudad como uno de los gestores de la socialización, junto a la escuela y, por supuesto, a la familia; hoy son los pares, los medios de comunicación social y las culturas que ellos mismos van re-creando en sus propios ambientes, quienes tienen más influencia sobre niños y jóvenes,
Además, actualmente la Iglesia realiza su misión en medio de un ambiente que rescata lo religioso, pero desde la diversidad de formas y expresiones, desde la exaltación de lo individual y lo emotivo, desde lo no institucional, desde las prácticas de la religiosidad popular; circunstancias que influyen en el sentido de pertenencia y de compromiso con ella, haciéndolo parcial o estancado por muchos escepticismos.
No podemos entonces dejar de preguntarnos hoy, como se propuso al iniciar el VI Sínodo de la Arquidiócesis [vi] , desde dentro y desde fuera, ¿cuál es el papel real que la Iglesia está desempeñando en medio de la ciudad? ¿Quiénes son sus interlocutores? ¿Hasta dónde se están alcanzando los objetivos de la misión evangelizadora? Preguntas que nos conducen a la problemática de la pastoral urbana.
La pastoral urbana
No se parte de cero al hablar sobre la tarea de la Iglesia en las grandes ciudades; son muchas las iniciativas, las experiencias eficaces, los proyectos pastorales desarrollados, las reflexiones realizadas; pero esta riqueza se halla dispersa, sus elementos no están articulados o no son suficientemente valorados o difundidos. El temor a los cambios, el apego a los esquemas de acción heredados y continuados sin ninguna reflexión crítica, pero sobre todo la falta de un reconocimiento del fenómeno de la urbanización como un verdadero signo de los tiempos y la ausencia de un discernimiento evangélico del mismo como criterio de las acciones, son algunos de los aspectos que impiden el desarrollo de una pastoral actual, creíble y eficaz dentro del contexto urbano.
Son muchas nuestras acciones pastorales, pero con frecuencia se habla de: “desfase” [vii] , “desbordamiento” o de “estar caminando paralelos pero no convergentes”, como bien lo expresó el Cardenal Mario Revollo [viii] , al formular la hipótesis de la consulta sinodal.
Los Papas, los obispos, los presbíteros, los catequistas y todos los demás agentes de evangelización han ido reconociendo en los últimos tiempos que para ser fieles a la misión encomendada por Jesucristo, en el contexto de la cultura urbana, se requiere de la Iglesia Universal, y sobretodo de las Iglesias particulares, no sólo una serie de acciones puntuales, sino todo un proceso de conversión de la comunidad, de su mentalidad, organización, criterios, métodos, formas de presencia, lenguajes etc., que le permita desarrollar su acción al servicio del Reinado de Dios, presente y actuante en la historia humana que acontece en las ciudades [ix] . El desafío va entonces más allá de exigir una “pastoral de la ciudad” [x] , a plantear la necesidad de construir una presencia más inculturada de la Iglesia Particular en el contexto urbano, y por tanto de desplegar una acción evangelizadora [xi] , que le permita ser auténticamente un sacramento de salvación; o en otros términos, que le permita ser un sujeto social capaz de participar en la transformación del tejido social y cultural de la ciudad, de acuerdo con los valores del Evangelio, como lo planteaba Pablo VI en la Octogésima Adveniens 10-12.
Hablar entonces de “pastoral urbana” (PU) significa en un sentido amplio hablar de una categoría que debe atravesar la vida y las acciones de las Iglesias Particulares que habitan en las ciudades. Y en un sentido estricto, el término nos remite a las acciones pastorales que responden a las condiciones específicas que se encuentran en el espacio urbano. En el sentido amplio el calificativo “urbana” brotará del esfuerzo de inculturación tanto de la comunión, como de la misión eclesial; en el sentido estricto, lo “urbana” brotará de la generación de acciones específicas que buscan responder a los lugares, ambientes y retos propios de la vida de las ciudades.
Aún cuando nos referimos en primer lugar a las Iglesias en ciudades, también las Iglesias que están en contextos rurales deben desplegar una PU, puesto que el campo no es ajeno a la influencia de la cultura urbana, sobretodo por los medios de comunicación social y por el incremento de la movilidad.
Más que buscar una definición de PU, quiero ahora plantear algunas notas que nos permitan hacer una aproximación a los aspectos que encierra este desafío y que deben ser tema de reflexión y debate permanente.
- En primer lugar la PU va surgiendo allí donde se le da campo a la pregunta que busca superar el puro pragmatismo pastoral, y quiere abrir caminos de una acción más reflexiva, pertinente y adaptada. Preguntas que surgen desde el ejercicio del ministerio apostólico, desde el testimonio que aportan las comunidades neotestamentarias, desde las investigaciones de las ciencias humanas, desde las experiencias que se están realizando. Preguntas como estas: en medio de los múltiples análisis sobre la realidad de la ciudad, ¿qué sería una lectura pastoral de la ciudad?, ¿qué interrogantes nos plantea la ciudad para la comprensión y vivencia del Evangelio? ¿qué es evangelizar en la ciudad y a la ciudad?, ¿cómo debemos interpretar la vinculación entre la Iglesia y la ciudad?, ¿cómo se ha confrontado la mentalidad cristiana con los valores y criterios que presenta la urbe moderna?, ¿cómo la Iglesia puede hacerse presente y dialogar con la ciudad?, ¿puede la Iglesia ser generadora de nuevas culturas urbanas? ¿cómo formamos a los cristianos para que vivan su fe en la ciudad?, ¿cómo lograr que los signos bíblicos, litúrgicos y en general eclesiales sean significativos para la gente de la ciudad?, ¿qué categorías de la cultura urbana debo tener en cuenta para desarrollar un plan de catequesis?, ¿cómo ayudar a las familias para que cumplan su misión de formar personas para vivir en la ciudad, desde los valores evangélicos? ¿cuáles son los ministerios prioritarios para desplegar una PU?, ¿cómo se preparan los seminaristas para asumir su ministerio sacerdotal dentro del contexto urbano?, ¿qué organismos pastorales deben crearse o modificarse para ser articuladores de las actividades evangelizadoras? Etc, etc, etc. Es fundamental valorar las preguntas, que serán más abundantes que las respuestas y ponen en camino de búsqueda.
- La PU, dentro del espíritu del Concilio Vaticano II, exige un real acercamiento a la ciudad, su estructura y cultura, para poder re-conocerla en su autonomía como obra humana, y a la vez, re-conocer los signos de la presencia y de los planes de Dios en ella [xii] . Es necesario, a la luz del Evangelio, discernir las voces, los rostros y los acontecimientos que en la ciudad son un reclamo a la comunión y a la misión de la Iglesia y que marcan los espacios y realidades en los cuales está llamada a desplegar su acción profética y liberadora al servicio del Reinado de Dios. Por tanto, a la base de este esfuerzo de discernimiento pastoral urbano está el recurso ponderado y prudente a las investigaciones que las ciencias humanas y sociales nos aportan y el desarrollo de una auténtica teología sobre la ciudad [xiii] . Urge superar visiones simplistas, ingenuas, sólo negativas o indiferentes ante la ciudad, para poder llegar a ser interlocutores de la misma.
- El ejercicio adecuado del discernimiento pastoral sobre la ciudad, que determina los desafíos para la acción pastoral y los medios más adecuados para responder, exige de nuestra parte mantener una visión de conjunto sobre la ciudad, y especialmente entre lo público y lo privado: el interlocutor de la acción pastoral sigue siendo el habitante concreto de la ciudad, que percibe su vida en una tensión dinámica entre los aspectos propios de la vida pública y los de su vida privada. Una relación que, por la complejidad y fragmentación de la sociedad urbana, no siempre se plantea adecuadamente y conduce a percibir la realidad como un caos. Una relación en la que priman los factores de exclusión social y no se propicia una justa y solidaria distribución de los bienes sociales y culturales.
No ha sido fácil mantener el equilibrio es este sentido, puesto que a veces la reflexión pastoral se dirige hacia la identificación de diversos campos de acción social específica y hacia la generación de iniciativas pastorales correspondientes (p.e. obreros, intelectuales, constructores de sociedad, gente de la calle, cultura de los barrios o colonias etc.); pero no se tiene suficientemente en cuenta el mundo de la vida de cada ciudadano, su realidad individual y privada, que aunque sí está condicionada por las ideologías del sistema social dominante, no se define sólo por ellas o por su acción laboral o pública. [xiv] Otras veces, las acciones sólo promueven la vida privada de los individuos, sin tener en cuenta la dimensión pública dentro de la cual están llamados a vivir su vida y la dimensión social del evangelio. Todo proyecto pastoral urbano debe tener en cuenta el reto que tiene todo ciudadano de integrar su vida, pública y privada, bajo un sentido que le permita alcanzar una vida más humana y digna, junto con los demás. En este mismo sentido debe atenderse al reconocimiento tanto de las realidades de gracia y de pecado personal, como al reconocimiento de la presencia o ausencia de los valores del Reino en las estructuras y sistemas sociales. [xv]
- A partir del análisis y del discernimiento realizados es necesario identificar los desafíos que nos plantea la ciudad y sus culturas, tanto a la vida misma de la comunidad eclesial (diócesis, parroquia, CEB, organizaciones de inspiración cristiana, etc.), como a la misión que tiene frente al mundo. Así lo plantean los obispos en Puebla cuando hablan de la tarea de formar a los fieles para vivir su vida cristiana dentro del contexto de las luces y sombras de la cultura urbana (cf. DP 433) y a la vez de la tarea de transformación evangélica de la realidad, mediante la evangelización de la cultura (cf. DP 395). La PU encierra entonces estos dos aspectos, como dos caras de una misma moneda:
Por un lado, el reto de la consolidación de la comunidad eclesial misma, inmersa en la multiplicidad de estilos de vida que ofrece la ciudad y sin embargo llamada a mantener y desplegar la identidad que le viene de su opción de fe en Jesucristo. Como lo hicieron los primeros cristianos en la ciudades greco-romanas durante los primeros siglos, hoy estamos llamados a la construcción de una identidad eclesial, que sea expresión de la vivencia auténtica de los valores evangélicos, sin caer en sectarismos; pero a la vez, capaz de adaptarse e insertarse en la multiplicidad de los contextos urbanos, sin diluirse en la masa, para llegar a ser realmente un sacramento de salvación, un signo y fermento del Reino [xvi] . Estructuras eclesiales, organización, procesos de formación en la fe, celebraciones litúrgicas, y la riqueza de experiencias de comunión de la Iglesia deben orientarse y desarrollarse desde estos criterios. Que todo en la Iglesia, se oriente a hacer de ella la casa y la escuela de la comunión, como lo propone Juan Pablo II en la Novo Millenio Ineunte No. 43.
Por otro lado, el reto de desarrollar la acción evangelizadora, entendiéndola como proceso por el cual la Iglesia no se coloca contra lo urbano, ni permanece paralela a ello, sino que se hace presente, sobretodo por medio de sus miembros laicos, en los distintos espacios donde se genera, se desarrolla, se expresa, se transmite la cultura urbana y busca entablar un diálogo en orden a una inculturación del Evangelio y de la misma comunidad eclesial. Un proceso en el cual es necesario denunciar o evidenciar las realidades de pecado personal y social, y participar activamente en el desarrollo de unas nuevas relaciones sociales más justas y solidarias. El ejercicio de la política en la ciudad, de la economía, del comercio formal e informal, de los medios de comunicación, el mundo de las universidades, el mundo obrero y empresarial, las culturas juveniles, las culturas regionales y étnicas, la gente que permanece en la calle, etc. son espacios que reclaman una presencia activa de la Iglesia y que no pueden ser abordados sólo desde la mediación pastoral de las parroquias tradicionales. Las múltiples ciudades invisibles que conviven piden el desarrollo de procesos evangelizadores diversificados, creativos, audaces, innovadores. Es un deber de los cristianos participar en la construcción y reconstrucción de la ciudad y de su tejido social, en orden a crear una sociedad, de acuerdo con el proyecto del Reino [xvii] .
- El desarrollo de la PU implica la conversión de las estructuras pastorales, de los métodos empleados y del sentido de participación de los fieles. La apertura a pensar nuevas formas de organizar las parroquias, la creación de parroquias ambientales o sectoriales, el desarrollo de nuevos ministerios laicales o el reconocimiento oficial de algunos ya existentes, la promoción de nuevos tipos de comunidades eclesiales de base, una nueva comprensión sobre el ejercicio del ministerio ordenado y el desarrollo de nuevos lenguajes y formas de presencia de la comunidad eclesial, son las perspectivas que genera el compromiso de hacer una pastoral más “urbana”. [xviii] La misma formación inicial para el ministerio sacerdotal está llamada a entrar en este proceso de conversión pastoral. Además, la movilidad, la situación de cambio permanente que genera la cultura urbana, exige una actitud de revisión permanente de las acciones pastorales, que permita el reconocimiento de los aciertos y desaciertos en el cumplimiento de la misión y el replanteamiento ágil de nuevas interpretaciones y acciones.
- La situación de transición, de confrontación, de desbordamiento en la que coloca la cultura urbana a la Iglesia debe ser asumida con una espiritualidad específica, que el mismo Pablo VI planteó recordando a Jonás, quien recorrió Nínive, la gran ciudad, predicando la misericordia divina, sostenido en su debilidad por la fuerza de la Palabra de Dios, así como recordando la promesa neotestamentaria de la ciudad que viene de lo alto, la Jerusalén Celestial, que es fuente de esperanza ante una ciudad, como lugar del pecado y del orgullo humano que desprecia el plan de Dios [xix] .
Estas temáticas abordadas no pretenden agotar o delimitar la discusión. Por el contrario buscan suscitar el diálogo y la reflexión conjunta, que conduzca a la construcción y re-construcción de una acción pastoral adecuada al contexto de la cultura urbana con la cual la Iglesia está llamada a dialogar, sea desde el campo o sea desde la ciudad, sea desde la acción o desde la reflexión, sea desde la vida pública o desde la vida privada, en orden al cumplimiento de su misión en el momento actual.
El Plan Global de Pastoral de la Arquidiócesis
Como un fruto del proceso generado por el VI Sínodo, el Plan Global de Pastoral (PGP), asumido en 1999, da los grandes lineamientos, los objetivos y los criterios de la acción pastoral de la Iglesia Arquidiocesana para los siguientes años, y ha sido criterio para la elaboración de la planificación por zonas pastorales y su respectiva programación.
El PGP se ha presentado como un camino para dar respuesta a los desafíos que la estructura y la cultura de la metrópoli plantean a la comunión y misión de la Iglesia (Declaraciones sinodales, p.17), y despliega diversos aspectos de una auténtica pastoral urbana.
En primer lugar, nos lanza a un cambio de actitud frente a la ciudad, a quien se le reconoce como un interlocutor de la vida y acción eclesial. La compasión del samaritano le hace abrir los ojos bajo una luz nueva para reconocer al hombre necesitado, y lo lleva a experimentar el impulso de hacerse prójimo. La Iglesia de Bogotá, animada por la misericordia, quiere ver la verdad de la realidad, la verdad del hombre, la verdad de sí misma, la verdad de Dios (cf. PGP, p. 35-39) manifestada en la vida de la ciudad.
Como lo manifiesta el objetivo general, la Iglesia se compromete consigo misma y con la ciudad, presentándose como un auténtico sujeto social, cuya identidad brota de su ser comunidad convocada por Jesucristo, Palabra del Padre, y llamada a ser sacramento de su misericordia en medio de todos los hombres; y que se reconoce presente en la ciudad con una intencionalidad: ser Buena Noticia, levadura transformadora del tejido social urbano, desde la dinámica del Reinado de Dios. Esta doble mirada, sobre sí misma y sobre la ciudad a la cual quiere servir, nos pone en camino de una auténtica inculturación urbana del Evangelio y de la comunidad eclesial, en la medida en que sea asumida en los diferentes campos, ámbitos y niveles de la acción pastoral.
La espiritualidad del buen Samaritano, como actitud que quiere acompañar todas las acciones y que busca devolver el sentido de humanidad a la ciudad, mediante la práctica misericordiosa del servicio, es capaz de sostener, en medio de las dificultades, conflictos y persecuciones, la acción de la comunidad eclesial, y de todos sus miembros. Además, es capaz de aportar la especificidad de nuestra acción, que deberá ser desarrollada junto a las iniciativas de otros sujetos con quienes estamos llamados a interactuar.
Pastoral urbana y formación sacerdotal
Un desafío fundamental que plantea la PU es la formación de todos los agentes de evangelización en esta dimensión de la pastoral. Presbíteros y diáconos, llamados a ser los colaboradores del ministerio episcopal, deben formarse para desempeñar su servicio con sabiduría, sensibilidad y habilidades capaces de adaptarse y entrar en diálogo con el contexto urbano. No basta una preparación genérica, sino que es necesaria la debida especialización.
Es un hecho que las conclusiones sinodales y el PGP han suscitado, en distintos momentos e instancias, una re-lectura del proceso de formación sacerdotal inicial que se brinda en el Seminario Mayor. Dicha re-lectura, como es propio de la pedagogía de la Iglesia, ha llevado a nuevas preguntas, nuevas búsquedas, nuevas iniciativas en el desarrollo del proyecto educativo.
La afiliación del Seminario a la Pontificia Universidad Javeriana, se ubica dentro de este contexto de renovación y ha querido ser asumida como una oportunidad para avanzar en la respuesta al desafío que nos plantea Bogotá y su cultura, a la comunión eclesial y a la formación de sus futuros ministros ordenados.
El pensar en la formación al ministerio desde los parámetros de una educación superior, de un carácter “universitario” (universal e interdisciplinar), de un rigor científico en nuestro trabajo, nos ha llevado a precisar y valorar muchos de los aspectos de la formación que son patrimonio pedagógico, elaborado a lo largo de los años; pero también nos ha exigido un proceso de humilde reconocimiento de nuestras limitaciones y de los desafíos que tenemos por delante.
La revisión y reformulación del currículo académico y del plan de estudios del Seminario ha sido ocasión para asumir en su justo valor el reto de dar un carácter científico y teológico a la pastoral, como lo ha señalado Juan Pablo II [xx] .
Urge hacer de la ciudad de Bogotá y su cultura una categoría que atraviese todas las dimensiones de la formación; de tal manera que, sin perder el sentido universal del ministerio, el perfil pastoral del ordenado esté a la altura de las condiciones y necesidades en las cuales va a desempeñar su servicio. Es necesario, por tanto, brindar las herramientas necesarias para que los alumnos aprendan a leer, con sentido crítico, científico, interdisciplinar, la realidad social y cultural de la ciudad a la que pertenecen, o pertenecerán, y en la cual asumirán un compromiso específico.
Valorar, aplicar y desarrollar nuevos métodos de conocimiento de la realidad, es tarea que tenemos por delante, en orden a una auténtica inculturación de nuestra acción pastoral; así como la educación en una capacidad de leer teológicamente la ciudad, en orden a discernir, a la luz del Evangelio, los signos de los planes y la presencia de Dios en ella. La realización durante el presente año de dos experiencias apostólicas, la una en algunos barrios del suroriente de la ciudad y la otra en el campo de la pastoral de la movilidad humana, acompañadas por un proceso de investigación sociológico y antropológico respectivamente, es un signo claro de nuestros primeros pasos en este sentido. Además, contamos con la riqueza de estudios e investigaciones que desde distintas perspectivas y disciplinas se han hecho o se están haciendo en Bogotá.
Así como el buen samaritano que fue capaz de ver, compadecerse y actuar, en la medida en que durante la formación ampliemos nuestra mirada y nos dejemos guiar por el espíritu de misericordia de Jesús, comprenderemos por dónde y cómo debemos llevar nuestros proyectos pastorales y seremos más creativos en nuestros métodos.
La reflexión teológica deberá verse enriquecida por los problemas que la situación del país y de la ciudad le vayan poniendo, así como por el esfuerzo de inculturar el mensaje de la fe y de hacerlo creíble en nuestro contexto. No sólo la teología pastoral o práctica, sino también las demás disciplinas teológicas están llamadas a involucrarse en esta tarea.
Es necesario además, dadas las condiciones en las que llegan los alumnos, educarlos en un verdadero sentido de participación ciudadana que les permita entenderse a sí mismos, no sólo por su bautismo y su misión dentro de la comunidad eclesial, sino también por su condición de ciudadanos y partícipes de una vida social, junto con otros.
En pocas palabras, tenemos por delante el desafío de formar a quienes, como colaboradores del Señor Arzobispo, deben ser los gestores y animadores de una Iglesia Particular cada vez más inculturada en el contexto de esta gran ciudad de Bogotá, y que deben ser los primeros en conocerla, amarla y comprometerse con ella desde su misión pastoral. Formar a quienes ayuden a dar el paso de una acción “pastoral en la ciudad”, a una auténtica “pastoral urbana”.
Existen muchos otros desafíos que la ciudad, su estructura y cultura nos plantean a la formación inicial para el ministerio ordenado, que es necesario ir afrontando con la esperanza que debe acompañar una auténtica pastoral urbana: la esperanza que nace de la promesa del Señor de estar caminando con nosotros en la construcción de la ciudad terrena, mientras esperamos la venida desde el cielo de la Nueva Jerusalén, la morada de Dios con los hombres [xxi] .


[i] Fabio Giraldo Isaza propone un modelo teórico de comprensión de la complejidad del fenómeno urbano, a partir de la interdependencia entre los atributos constitutivos de la ciudad, las dimensiones política, económica, social, cultural y medioambiental, las instancias de articulación-regulación entre el estado nacional, las entidades territoriales y la sociedad civil y, por último, el mismo espacio urbano en su manifestación física, histórica y social. Cf. GIRALDO, Fabio, «La ciudad: la política del ser», en GIRALDO, Fabio y VIVIESCAS, Fernando (comp.) Pensar la ciudad, Tercer Mundo editores – Cenac – Fedevivienda, Bogotá 1996, 3-19.
[ii] CALVINO, Italo, Las ciudades invisibles, Siruela, Madrid 19993,43.
[iii] Cf. A.A.V.V., Red de investigadores de cultura urbana sobre Bogotá. Perspectivas desde un encuentro, Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes – Alcaldía Mayor de Bogotá, Bogotá 1997.
[iv] Cf. GARCÍA CANCLINI, Néstor, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Grijalbo, México 1989.
[v] Cf. LUCKMAN, Thomas, La religión invisible, Sígueme, Salamanca 1973.
[vi] Cf. REVOLLO, Mario, Cardenal, Anuncio del Sínodo, Bogotá 1989.
[vii] CARAMURU, R. «Informe general», en CARAMURU, R. et al., La Iglesia al servicio de la ciudad, Nova terra- Dilapsa, Barcelona, 191-193.
[viii] Cf. «En este mundo que evoluciona tan rápidamente corremos el riesgo de perder el contacto con la realidad circundante y por tanto de marchar en un camino paralelo pero no convergente con el de los hombres de hoy, a quienes la Iglesia debe llevar el mensaje de salvación.» REVOLLO, Mario, Cardenal, Anuncio del Sínodo, No. 3.
[ix] Cf. GS 54; OA 8-12; Rmi 37; Medellín 3,2-3.12; 10,3; Puebla 421-433.441; Santo Domingo 255-262; EAm 21.
[x] “Pastoral de la ciudad” como contraposición a una “pastoral del campo”, como si el problema fuera sólo una cuestión geográfica.
[xi] “Acción evangelizadora”, en el sentido amplio de la palabra, es decir, como Pablo VI lo toma en la Evangelii Nuntiandi 17-20, y no simplemente como pastoral profética.
[xii] Cf. GS 4.11.36.59.
[xiii] Algunas propuestas en este sentido son: COMBLIN, Joseph, Théologie de la ville, Paris 1968 (trad. esp, Teología de la ciudad, Verbo Divino, Navarra 1972); FROSINI, Giordano, Babele o Gerusalemme? Per una teologia della cittá, Paoline, Milano 1992; NIÑO, Francisco, La Iglesia en la ciudad. El fenómeno de las grandes ciudades en América Latina, como problema teológico y como desafío pastoral, Università Gregoriana, Roma 1996.
[xiv] Aquí se hace referencia a los conceptos desarrollados por J. Habermas en su teoría social.
[xv] Cf. GS 40; RP 16; LC 42; SRS 36; Puebla 127-14; 470-506; Santo Domingo 157-227, etc.
[xvi] Puede verse: ELLIOTT, John, Un hogar para los que no tienen patria ni hogar. Estudio crítico social de la Carta primera de Pedro y de su situación y estrategia, Verbo Divino, Estella 1995. En el libro el autor destaca la estrategia sugerida por los autores de la carta a las comunidades del Asia menor, para que en medio de su contexto consoliden su identidad, sin cerrarse al mundo que los rodea, ni diluirse en él.
[xvii] Cf. OA 12.
[xviii] Cf. Santo Domingo 258-260.
[xix] Cf. OA 12.
[xx] Cf. PDV 57.
[xxi] Cf. Ap 21,1-27.